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miércoles, 28 de marzo de 2012

Sidonie y su Fluido García en Valladolid.

El pasado sábado 24 de marzo, la Sala de Teatro Experimental del Miguel Delibes presentaba la mejor entrada de la temporada, hasta la fecha, para recibir al trío catalán Sidonie (Marc Ros, voz y guitarra; Jesús Senra, bajo; y Axel Pi, batería; a los que se suma en esta gira David. T. Ginzo, guitarra), que en esta ocasión se presentaban en Valladolid con El Fluido García como último trabajo bajo el brazo.

El título del disco está extraído de la novela de ciencia ficción de Enrique Gaspar y Rimbau El Anacronópete, en la que los personajes que viajan en el tiempo a través de una máquina al efecto, tienen que consumir el "fluido garcía" para evitar rejuvenecer al viajar hacia atrás en el tiempo, y burlar así la llamada paradoja del abuelo.

De modo que podemos considerar que la elección del título no es casual. Más bien al contrario, desde el mismo reivindican su trabajo y trayectoria, en la medida en que se han hartado de promocionarlo como una vuelta a la psicodelia de sus primeros discos, en clara contraposición a los ritmos más poperos de discos como Costa Azul o El Incendio de los que, en ningún caso, reniegan.

Ésta era la segunda vez que iba a ver a Sidonie en directo. La vez anterior fue el verano pasado, en el marco del Lowcost Festival y, la verdad, quedé un poco decepcionado. El concierto no fue todo lo divertido que yo esperaba, aunque también reconozco que las circunstancias no acompañaron: les tocó abrir el escenario principal, con lo que aun era de día y la gente todavía estaba empezando a llegar. Además, los conciertos festivaleros, ya se sabe, son un poco atropellados por la limitación de tiempo, sobre todo para los que no son los principales cabezas de cartel.

Pero en este caso la situación era mucho más propicia. Una sala de lujo; un público que sabía a lo que iba y que cuasi completaba el aforo; y una plaza, Valladolid, en la que ya habían "toreado" varias veces con rotundo éxito. De modo que sí, éste iba a ser un concierto muy distinto. Y cumplió con las expectativas de pasar un buen rato.

Aspecto de la sala antes de comenzar el concierto

Y por buen rato me refiero a casi dos horas de concierto, en las que Sidonie desgranó no sólo El Fluido García, sino también los grandes temas de trabajos anteriores que han contribuido a colocarles en la posición privilegiada que ocupan entre lo más granado de la escena musical nacional.

Ello sirvió para comprobar varias cosas. La primera y más importante es que con una carrera ya consolidada con tantos discos a sus espaldas, cuentan con un puñado de canciones bailables, pegadizas y de estribillo coreable, muy reconocibles, que abonan la sensación, a ratos, de que estos tipos son una máquina de fabricar singles. Como prueba, ahí está un setlist que da cabida por igual a Costa Azul, Fascinado, Un Día Más En La Vida, Los Olvidados o El Incendio.

A sus éxitos consolidados se unían los nuevos temas de El Fluido García, un disco irregular en su desarrollo, que combina temas de distinto nivel e intensidad (nada tienen que ver los reconocibles, en la medida en que han funcionado como tarjeta de presentación del álbum, El Bosque o A Mil Años Luz con El aullido o Bajo un cielo azul, por ejemplo), aunque es indudable que existe un cierto patrón o hilo conductor: esa pretensión de alcanzar el cacareado sonido psicodélico, que para mi se queda más en búsqueda.

Porque para mí (personalísima opinión) esos trallazos o ramalazos guitarreros con los que visten muchas de las nuevas canciones no me sirven para definirlas, ya que al final siguen teniendo más peso esas letras blanditas de estribillos repetitivos que caracterizan el pop elástico (y correctísimo) que les puso en el disparadero para una amplia audiencia, entre la que me encuentro. No obstante se agradece mucho el perfil que ofrecen estas nuevas canciones que, en todo caso, funcionan muy bien en directo. Cante Marc o cante Jesús (caso de La Huída), por cierto.

Con estos mimbres el concierto se desarrolló, nunca mejor dicho, fluido. Con un punto de inflexión clarísimo, bajando la intensidad al atacar El Aullido e irrumpir Marc entre el público arrastrado dentro de un carro de súper cantando a capella Giraluna.

Vídeo de Giraluna (alarido de Javi Vielba, presente entre el público, incluido, min. 0:28)

Se marcaba así una suerte de intermedio, que daba pie a una segunda parte del partido que arrancaba con Sidonie compartiendo escenario con Dehra Dun, grupo local que había ejercido las labores de telonero, para interpretar Sidonie Goes To Varanasi, de su primer disco.

Momento del concierto

Continuaría con un set acústico protagonizado por la interpretación de Bajo un cielo azul (de papel celofán), que presentaron (pomposamente, desde mi punto de vista) como una "ópera folk" que, sin embargo, más bien responde al patrón de un medley en el que pueden asomarse canciones como Sylvia. Confesos amantes de los Beatles, supongo que no resulta difícil encontrar aquí un abierto homenaje a los cuatro de Liverpool, reconocibles acordes del Blackbird incluidos. Para mi uno de los momentos álgidos del concierto (hace poco participaron en Los conciertos de Radio 3 y su interpretación de Bajo un cielo azul en Valladolid fue básicamente idéntica, así que dejo el video).

Bajo un cielo azul (de papel celofán) en Los Conciertos de Radio 3

Adalides de la pose del "sex, drugs & rock'n'roll", dieron muestra de un apetito más mundano al reconocer que tienen en Valladolid uno de sus templos gastronómicos personales (en concreto en el restaurante La Raíz que, por cierto, gracias a ellos ya tengo anotado, porque ni me sonaba...). Lo cual suma un motivo más para que vuelvan de nuevo, vista la buena respuesta del público y su feeling con el grupo (Jesús Senra nos puntuó al final del concierto como dentro del "puto top five").

Final del concierto

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miércoles, 29 de febrero de 2012

Rufus Wainwright y la OSCYL: crónica del concierto irrepetible de un artista único.

El pasado sábado las puertas de la Sala Sinfónica del Auditorio Miguel Delibes se abrían para recibir uno de los acontecimientos musicales y artísticos de este año en Valladolid: el concierto de Rufus Wainwright junto con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL). Buena muestra de ello fue el lleno registrado y el hecho de que muchos de los espectadores venían de fuera de la ciudad (¡y del país!) para ser testigos de un espectáculo único que contribuye a poner en el mapa a nuestra ciudad (para el propio Rufus también, que confesaba que mientras volaba hacia aquí no tenía ni idea de dónde estaba una ciudad de la que nunca había oído hablar) y a resaltar el genial programa artístico al que se nos está acostumbrando desde este centro cultural.

Cartel del concierto

Rufus Wainwright es un artista único, un iconoclasta a su manera, un músico difícilmente clasificable a pesar de que se le pueda adjudicar fácilmente la etiqueta de songwriter. Indudablemente es un compositor notabilísimo, no sólo en lo que a las letras se refiere, sino a la música también, siendo plenamente aplicable a ambos aspectos el adjetivo de lírico. Y es que su trabajo rezuma lirismo. El concierto de Valladolid se presentaba bajo el título de "Classico Rufus", pero bien podría haberse titulado "Lírico Rufus".

El canadiense, un tipo especial proveniente de una familia de músicos y con una sensibilidad evidente, ha confesado en numerosas ocasiones la influencia que ha tenido en él la música clásica y, muy en particular, la ópera. Ello se respira en la discografía de un artista pop que, conocido por el gran público por su participación en varias bandas sonoras, ha llegado a escribir y producir su propia ópera.

Arrancaba la noche con una enérgica interpretación por parte de la OSCYL de Carnaval, Obertura Op. 92, de Dvorak, obra que fue escogida, en palabras del encargado de dirigir a la orquesta, Andrés Franco, "no sólo por las fechas, sino porque se trata de una obra muy vital y las canciones de Rufus hablan precisamente de eso, de la vida". Tras semejante presentación irrumpió sobre el escenario un Rufus dandy Wainwright, vestido con traje y chaleco gris, zapatos de doble hebilla, calcetines color turquesa, foulard al cuello y flor de tela en la solapa, al que se recibió como a un auténtico divo.

La primera parte del concierto tomaba tintes de recital, con la interpretación de cinco sonetos de William Shakespeare orquestados por el propio Wainwright, tres de los cuales aparecían en su último disco hasta la fecha, All Days Are Nights: Songs For Lulu (Sonet 43 -When Most I Wink-; Sonet 20 -A woman's face-; y Sonet 10 -For Shame-). Cinco movimientos interpretados por la orquesta para acompañar, para arropar, para envolver el intenso ejercicio de poética declamación, de canto, de homenaje de un bardo a otro bardo. Cinco movimientos entre los cuales no se aplaudió por expresa petición de Wainwright, lo que dotó a la actuación de una mayor profundidad, al no romperse la continuidad de la interpretación y favoreciendo su apreciación global. Qué belleza. Qué originalidad. Qué sensación única. El estruendo con que estalló el auditorio, aunque previsible, puso de relieve la fascinación con la que el público recibió semejante ejercicio de lirismo audaz.

Rufus y Andres Franco recibiendo la ovación del público tras la 1ª parte

La segunda parte del concierto se suponía que transcurriría por terrenos más desenfadados, más pop, con un Rufus menos hierático y que interactuaría con el público desde el primer momento, presentando cada una de las canciones y dejando comentarios y perlas varias por el camino (desde lo orgullosos que debíamos sentirnos por la formidable OSCYL a lo "guays" que somos en España por tener regulado el matrimonio homosexual). Empezaría sentado al piano, interpretando Vibrate, Little Sister y This Love Affair (al final se cayó del setlist previsto What Would I Ever Do With a Rose), temas que aunque ya contaban con unos interesantes arreglos en sus grabaciones originales, sin embargo nada tienen que ver con el nivel al que quedan elevados cuando son interpretados junto a una orquesta sinfónica.

Tras este bloque, Rufus volvía a colocarse de pie frente a una partitura para enfrentarse, valiente, a la interpretación de una parte de las Noches de Verano de Hector Berlioz, una de cuyas arias, confesó, es la más bella que ha escuchado jamás y que la primera vez que la oyó, estando al volante de su coche, la sensación fue tal que casi tiene un accidente. Reconoció que él no era ni pretendía ser un cantante de ópera. Sin embargo, qué valiente, abordó su particular homenaje al género y a esta obra haciendo gala de un ejercicio de modulación vocal asombroso. Espectacular. La suya no es una voz única, rica en registros y matices pero, sin embargo, es muy especial. Y, como digo, su capacidad de modularla es absolutamente brutal. Una maravilla.

Como broche final, el programa tenía previsto un último tramo que arrancaba con una OSCYL convertida en big band para interpretar el You Go to My Head, de Cole Porter, del que Rufus se declaró fan absoluto. Para mí aquí se alcanzó la cima del concierto, con una orquesta y un Wainwright absolutamente desmelenados transportándonos hasta el Nueva York de los cincuenta a ritmo desenfrenado.

Con las pulsaciones disparadas atacaron el clásico Over The Rainbow (extraído de su homenaje a Judy Garland), para concluir el programa oficial con un tema de Rufus perfecto para cerrar por sus arreglos: Oh What A World. Éxito absoluto, público puesto en pie y primer bis: Rufus sentado al piano interpreta su versión del inmortal Hallelujah de Cohen.


Video de Hallelujah

Éxito rotundo y algarabía general para forzar un bis más. Bis que representaría la gran sorpresa con la que rematar la velada: Rufus y la OSCYL interpretarían, de propina, el aria final de su ópera Prima Donna, recientemente estrenada en Nueva York con división de opiniones por parte de la crítica (Rufus aprovechó para dejar un sarcástico comentario a cuenta del repaso que le hicieron desde las páginas del New York Times).

Cerrada ovación con sabor a despedida a este artista valiente, sensible y único que, junto con la OSCYL, firmó, probablemente, una de las noches más memorables que se recuerdan en el Delibes. Tan prolongados y tan intensos fueron los aplausos que el canadiense no sólo se vio obligado a salir a saludar hasta en cuatro ocasiones sino que, ante la insistencia del respetable, se sentó de nuevo al piano para interpretar Poses, pedida por algunos desde la grada.

Video de Poses

Lo dicho: concierto irrepetible de un artista único.

Programa del concierto.


miércoles, 8 de febrero de 2012

Rompiendo el silencio con Standstill.

Hola, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo!

Pongamos las cartas encima de la mesa y seamos sinceros: el del sábado pasado fue el tercer concierto de Standstill al que he asistido en un año. Premeditación. Alevosía. Sí, lo confieso: Standstill me encanta, es uno de mis grupos favoritos. Aunque no sacaré pecho diciendo que les conozco desde su etapa hardcore, ya que más bien soy un seguidor neófito.

Hace poco más de un año recalaban en Valladolid con el Rooom, espectáculo expresamente concebido para poner de largo su último disco, Adelante Bonaparte. Había oído hablar de ellos, del disco y del espectáculo, así que con las entradas en la mano empecé a escuchar a estos chicos. Y me gustaron. Su música, sus letras, la versatilidad de su estilo. Y su apuesta por hacer las cosas de manera distinta. El Rooom me enamoró, y elevó a un estadio diferente, superior, un disco con el que ya disfrutaba mucho (¡y yo que me he quedado sin la edición limitada del triple vinilo!). Espectáculo intimista y emocionante, único. Como tiene que ser la música en directo.

En verano volví a verles, esta vez en un formato más convencional, un concierto festivalero con ocasión del Lowcost 2011. Brutal. Qué distintas suenan las canciones del Adelante..., a las que se suman los temas del sublime Vivalaguerra (ojalá en un futuro recuperen el espectáculo ad hoc, que muchos no vimos en su momento).


Así que, con esos precedentes, llegamos a la Sala Experimental del Auditorio Miguel Delibes (no me cansaré de decirlo: qué lujo de infraestructura), que sin llegar al lleno (en su composición abierta, sin grada) alcanzó una muy notable entrada de gente que repetía experiencia (tras el Rooom, que agotó todo el papel) o que se acercaba a Standstill por vez primera, fruto del boca a boca.

Arrancó el concierto con Todos de pie, con Enric Montefusco sentado a su pequeño teclado en una estampa que, no puedo evitarlo, me recuerda a Schroeder, aquel personaje de las tiras de Snoopy, el amigo de Charlie Brown que tocaba un piano diminuto. Aunque Enric no toca solo, sino que poco a poco se le van sumando Piti, Víctor y los Rickys. Inmediatamente, y cambiando piano por una de sus dos acústicas, esta figura menuda, sensible y aparentemente indefensa atacará los inconfundibles primeros acordes de El resplandor, y nos dirá aquéllo de que, otra vez, tentado está de mandarlo todo a tomar por culo. Y, claro, nosotros, que ya empezamos a conocer un poquito su carácter voluble, le corearemos que vuelva: "vuelve, vuelve, vuelve". Que baje la guardia. Que sí, que todos necesitamos un poquito de cariño, respeto y atención. Que por eso estamos todos allí. Así que... a transitar otos terrenos más luminosos, más positivos, más optimistas, que eso siempre está muy bien.

La mirada de los mil metros, es uno de esos temas espectaculares que va creciendo poco a poco hasta lograr una comunión total entre la banda y el público, puesto en danza al ritmo que marca espectacularmente el bajo de  Ricky Falkner, secundado por la batería de Ricky Lavado (por cierto, qué bueno es, y cuánta energía desprende tras sus platos y cajas), la guitarra de Piti Elvira y el piano de Víctor Valiente. Se van abriendo ventanas, dejando que entre el aire hasta alcanzar el desconcierto existencial, la declaración de intenciones. Sí, eso siempre está muy bien.

Enric y Ricky Falkner

Pero si hay una canción que, para mi, desprende el más hermoso (extraño y realista a la vez) optimismo vital es el Adelante Bonaparte. "Me voy a inventar un plan para escapar hacia adelante". Al fin y al cabo, bien podría ser eso la vida, una permanente huida hacia adelante. Avanzamos, unas veces consciente y voluntariamente y otras, quizá las más, nos vemos arrastrados por la corriente. Cuesta arriba y cuesta abajo, como en una montaña rusa; o en un círculo infinito, como en un tiovivo.

Y es por estos derroteros por los que transita todo el concierto, cuesta arriba y cuesta abajo, con acelerones y frenazos, con momentos más calmados y con otros más desatados. Ciertamente el contraste es algo que define muy bien el directo de Standstill, pasando del sosegado recogimiento de temas como Cuando Ella Toca El Piano a auténticos trallazos de adrenalina musical como ¿Por qué me llamas a estas horas? (danzad, danzad malditos al ritmo del bajo de Ricky, otra vez). No me detendré en cada tema del setlist porque creo que esto define muy bien sus conciertos. Vas a lomos de la banda, una bestia musical de larguísimo recorrido y tremenda potencia capaz de pasar del  más preciosista trote a un galope desaforado en tan sólo un segundo. Y lo mejor es que tú no llevas las riendas, lo hacen ellos. Sólo tienes que dejarte llevar y disfrutar del paseo.

No obstante, no puedo dejar de señalar que, junto al Adelante Bonaparte y el Vivalaguerra, también desgranaron algunos temas (como Feliz en tu día,  Poema nº 3 o Cuando) de su disco homónimo, Standstill, primera gran pirueta de los catalanes, que pasaron de cantar en inglés a hacerlo en español. Escapando siempre hacia adelante. Evolucinando, proponiéndonos puestas en escena diferentes, autoeditándose a través de su propio sello (Buena Suerte).

En estos tiempos en que tanto se habla de las virtudes del emprendimiento, hay que subrayar lo paradójico, hipócrita e incongruente que muchas veces resulta una industria como la musical, obcecada en seguir funcionando de la misma manera en que lo hacía hace veinte años lo que, desde la óptica del público, se traduce en una oferta infinitamente menor y terriblemente más pobre. En la radiofórmula y el stand de música del centro comercial de turno no tienen cabida grupos como Standstill, que con su esfuerzo y talento ponen de manifiesto que hay vida más allá de la mediocridad prefabricada, del consumo musical de usar y tirar. Son los emprendedores de la cultura. Con ellos, con gente así, sale el sol y cada día es un gran día. Gracias por venir. A ellos, que siguen ahí peleando por sobrevivir, disfrutando con lo que hacen y con lo que creen, compartiendo su entusiasmo y energía con nosotros, que cada vez somos más.

1, 2, 3 sol... Gracias, por venir.

El colofón al concierto lo puso en un último bis el Adelante Bonaparte, esta vez en su versión más luminosa (I). Se encendieron las luces de la Sala Experimental y podían verse las caras satisfechas de un publico que había disfrutado cantando, bailando, coreando, dando palmas o, simplemente, contemplando el espectáculo de la música en directo.

Y, aunque no me considero un fetichista, en realidad, el colofón fue conseguir la hoja con el setlist del concierto que Enric había tenido a sus pies, y lograr que Ricky Lavado se la llevara a la 'trastienda' para volver con ella firmada por todo el grupo.

Setlist firmado por la banda

jueves, 10 de noviembre de 2011

Wilco: la tempestad y la calma.

Y por fin llegó el día. El 3 de noviembre de 2011, en el Kursaal de San Sebastián, tuve la oportunidad de ver en directo a una de las mejores bandas de todos los tiempos: Wilco. Los descubrí hace poco, con motivo del lanzamiento de su disco anterior (Wilco, the album) y, tras bucear en su discografía, se convirtieron en mi grupo de referencia. Miles Davis podía alardear de haber cambiado el rumbo de la música en varias ocasiones. Quizá atribuir tal proeza a la banda de Chicago pueda considerarse pretencioso y excesivo, pero lo que es innegable es que han abierto de par en par las puertas del sonido del rock del s. XXI, lo que no es poca cosa.

¿Qué música hace Wilco? Rock, country, folk, americana... Su música trasciende estilos, reinventa varios y transita muchos, dejando poso. Con un sonido marcado por la búsqueda de nuevos territorios, que abre sendas que posteriormente serán atravesadas por muchos otros. Unos pioneros. Y, en directo, probablemente la mejor banda que puede verse hoy en día.

Póster de la gira europea 2011 de Wilco

El de San Sebastián era el tercer concierto de su gira española y, tras haber pasado por Madrid y Barcelona, habíamos tenido la oportunidad de leer numerosas crónicas y críticas (alguna sorprendente) de esos bolos anteriores, lo que siempre supone un peligro de cara a la forja de expectativas, ya muy altas de por sí.

El marco, y perdón por abusar del tópico, incomparable. El Kursaal es un edificio que a mi, personalmente, me encanta estéticamente. Pero es que además, desde un punto de vista puramente funcional, es fantástico. Su auditorio presenta unas condiciones de comodidad y visibilidad magníficas. Y su acústica es espectacular, a la altura de lo que debe esperarse de una infraestructura así.

 Auditorio del  Kursaal

Ya con la actuación de los teloneros tuvimos ocasión de comprobarlo (así como el buenísimo trabajo de los técnicos de sonido y de, probablemente, una prueba de sonido hecha en condiciones, de verdad). Por cierto, menudo grupazo que es Jonathan Wilson. Wilco no puede llevar a cualquiera a telonear sus actuaciones, está claro. Pero, madre mía, menudo buen gusto, vaya clase, qué calidad la de estos chavales. Muchos dirán que siguen la estela de ese rock alternativo de corte folk (ya sabéis, paisajes instrumentales con arreglos preciosistas y armonías vocales aderezadas con barbas y camisas de cuadros) al que vienen desmenuzando, dando forma y poniendo de moda grupos que van de Fleet Foxes a Band of Horses, pasando por Bon Iver o Iron and Wine. Bendita moda. La interpretación de temas como Gentle Spirit ante un auditorio wilcoansioso puso los pelos de punta a más de uno que no dejábamos de preguntarnos eso de "y estos... ¿quiénes son?". Una cosa más que tengo que agradecerle a Wilco es que me hayan descubierto a estos chicos. A ver si ahora que tienen su propio sello discográfico, y conociendo las cosas que le interesan a Jeff Tweedy cuando se mete a productor, apuestan por dar ese empujón a más bandas que seguro merecen mucho la pena.

Pero vayamos al grano, que aunque Jonathan Wilson son buenos, el papel se agotó para ver a Wilco, la mejor banda en directo del mundo, sin duda (¡dejémonos de probables!). Son una máquina perfectamente engrasada para ejecutar sin fallo una canción tras otra. No importa el disco, el tono, la complejidad de los arreglos... Sólo hay un objetivo: la perfección. Y eso empieza con el sonido más limpio que he escuchado nunca en un concierto (repito lo del trabajo de los técnicos de sonido, la prueba de sonido y demás). Para mi ello es muestra de la profesionalidad de un grupo que, a pesar de ir asentando poco a poco su propia legión de incondicionales, nada tienen de divos.

Eso también se escenifica. Se apagan las luces del auditorio, se ilumina el escenario y aparecen sobre las tablas, todos juntos, Jeff Tweedy, Nels Cline y compañía. Y cada uno ocupa su posición al tiempo sin que haya nadie que reivindique un protagonismo especial. Y es que sólo va a haber un protagonista: la música y el sonido. Wilco.

Arranca la noche con One Sunday Morning, esa pieza de doce minutos construida sobre la repetición metódica de una sencilla y bella melodía que sirve para cerrar The Whole Love y que, a priori, representa un anticlimax de libro con el que abrir un setlist. No para esta gente. Era su forma de decir acomódense; relájense para disfrutar, abran sus oídos; olviden sus prejuicios y expectativas que esto empieza. Y esa melodía, ese repetitivo patrón te agarra y te ata a la butaca, te sumerge en una espiral de sensaciones, de disfrute. Te hechiza.

Así comenzaban algo más de dos sublimes horas de concierto, de exquisita ejecución, de virtuoso ejercicio musical cuyo esqueleto estuvo apoyado en su último trabajo (el mencionado The Whole Love, disco que a mi personalmente me encanta, representando un compendio de lo que Wilco ofrece) y en el aclamado Yankee Hotel Foxtrot aunque, por supuesto, se tocaron temas muy destacados de otros álbumes de su carrera.

La escenografía preparada se limitaba al despliegue de la amplísima "cacharrería" (guitarras, sintetizadores, pedales, pianos, xilófonos y demás percusiones) de que se sirven estos músicos para hacer su música. En este caso, la expresión "hacer música" es acertadísima. En directo tienes esa oportunidad única de asistir al espectáculo excepcional que representa la construcción de una canción. Instrumento a instrumento. Nota a nota. Distorsión a distorsión. Ruido a ruido. Se van sacando las piezas de un puzzle que, conforme avanza el tiempo, se va complicando más y más, lo cual no impide que cada pieza sea colocada en su sitio para que disfrutemos del resultado final: música. Un torbellino musical que te pasa por encima y te arrolla. Perfectamente medido y milimetrado. Cada nota interpretada en su justo momento, cada destello de luz aplicado según el plan previsto. Y todavía hay algunos esnobs (esos que acuden a verles por enésima vez, y que repetirán, seguro, y a los que parece molestar que esta banda ya no sea conocida y apreciada únicamente por un reducido grupo de gente) que critican lo que no es sino duro trabajo y profesionalidad escondidos tras semejante ejercicio de virtuosismo.

A qué se parece ese torbellino musical. Yo me sentí como si, de repente, el Kursaal se convirtiera en la pista de despegue de un aeropuerto a la que duarante dos horas llegaban y salían aviones, con los que despegábamos y aterrizábamos para disfrutar entre medias de momentos de recogida calma. Probablemente Via Chicago sea una de las mejores canciones que recogen esto que digo.



Es indescriptible la sensación que produce ver a Jeff Tweedy clavado ante el micrófono, con su guitarra acústica, cantando eso de "...coming home, i'm coming home..." como si nada ocurriera a su alrededor, ajeno al 747 que a su espalda despega pilotado por el batería Glenn Kotche. Brutal. Cúmulo de contrastes. La tempestad y la calma.

No hice fotos ni videos durante el concierto, y no por el excesivo celo que el personal del Kursaal puso en evitar que la gente grabara (apenas podréis encontrar vídeos en youtube; en cambio, del concierto que dieron en Vigo al día siguiente podéis ver varios en el canal de este usuario), sino porque estaba tan metido en el espectáculo, lo estaba disfrutando tanto, que ni me acordaba de la cámara. Sólo me preocupaba una cosa: vivir con intensidad cada segundo. Disfruté tanto que, para cuando llegaron los bises, me sentía plenamente satisfecho. Casi (¡casi!) no me hubiera importado que no hubieran tocado Impossible Germany, para ver a Nels Cline interpretar en directo uno de los mejores solos de guitarra de la historia y, sin duda, mi favorito.

Ya entiendo por qué Wilco va multiplicando, concierto tras concierto, esa legión de fieles seguidores que están dispuestos a pagar casi lo que sea por verles de nuevo. Que silban, gritan y aúllan durante las dos horas en que son arrollados por el torbellino. Que pasados los días siguen con la sensación de haber asistido a algo especial, aun cuando en cada actuación rayen al mismo nivel. Soy uno de ellos. Y Wilco, únicos.


Setlist en Spotify

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Concierto de La Habitación Roja en el Auditorio Miguel Delibes.

El sábado 29 de octubre el Auditorio Miguel Delibes se puso popero abriendo las puertas de su sala experimental a la música de La Habitación Roja, cuya actuación se vería precedida por la del grupo local Lector Acróbata. Todo ello dentro de la programación del ciclo Delibes+ del que, creo, en este blog ya hemos tenido varias oportunidades de valorar muy positivamente su existencia, al atraer a estas excepcionales instalaciones a un público distinto del habitual (el que acude a ver a la OSCYL). Así, la clásica se echa a un lado para dar cabida a otros estilos musicales: del jazz al rock pasando, como era este caso, por el pop más puro.

Dicho esto, también quiero ser crítico con lo que yo entiendo una pobre promoción, que no está a la altura de la programación o de, por ejemplo, las modalidades de abonos que salieron a la venta a finales de verano (y que en algún caso representaban un ahorro de hasta un 25%). Más allá de los carteles de los distintos conciertos con los que cada semana se forran los muros de siempre de la ciudad, apenas hay difusión. A día de hoy no parece razonable que no exista una presencia apropiada en las redes sociales. Y digo esto porque el esfuerzo que se hace en conformar un programa variado y de calidad se puede ir al traste si no se percibe una respuesta en el público. Pero, paralelamente, para que tal respuesta se produzca es indispensable trabajar en una mejor comunicación.

Si no será bastante frecuente que el público asistente a muchos espectáculos se reduzca a apenas un par de centenares de personas. Lo cual no deja de ser un lujo para los asistentes, pero a lo mejor en estos tiempos que corren y con la estadística del papel vendido en la mano a algún gerente se le ocurre que esto no es sostenible.

Sí, apenas doscientas personas acudimos a ver el concierto. Ya digo, un lujo estar tan cerca de los artistas y tan cómodamente (con tanto espacio), en un escenario soberbio (la sala experimental es, sencillamente, es-pec-ta-cu-lar; ¿quién dijo que Valladolid no tenía infraestructuras de altura para estos eventos? ¡Menuda acústica!).

Sala experimental

Hablando del concierto en sí (y dejando a un lado la, para mi gusto, excesivamente larga actuación de Lector Acróbata), lo cierto es que no se me puede considerar un fan del grupo. De hecho, antes del concierto apenas lo había escuchado. Había aprovechado el descuento que ofrecía el abono para poder escoger la actuación de algún grupo que no conociera y así expandir horizontes musicales, y unos clásicos de la escena popera independiente nacional prometían. Porque esta gente ya tiene bajo el brazo un buen puñado de discos que responden a una dilatada carrera. El último álbum, Para ti Vol. 2, es la continuación a un volumen anterior, basado en versiones de grupos de la escena pop española de los años 80 y 90. Un homenaje a la música que han mamado y que les gusta.

Y así arrancaba el concierto (el último de la gira, por cierto), desgranando versiones. Una primera parte que se me hizo pesada (como diría mi amigo Javi, "son un poco rollete"). Temas, aunque siempre preciosistas, demasiado tranquilos (versión de Lluís Llach incluida) y más alejado del que parece ser el estilo de los valencianos. Sólo con las versiones de Mariajo (de Los Navajos) o de Quiromántico (de Sr. Chinarro), empezamos a movernos un poco.



Pero pasada esta primera fase, la banda se entregó a su propio repertorio y el concierto entró en otra dinámica, mucho más animada (¡que ésta es una banda con tres guitarras, hombre!) y en la que aparecieron sus grandes éxitos: Voy a hacerte recordar, Febrero o Scandinavia... Para acabar en los bises haciendo una versión del There is a light that never goes out, de The Smiths. Satisficieron al puñado de incondicionales que allí se reunieron. A los que no lo éramos nos hicieron pasar un buen rato, disfrutando de sus melodías pop (aunque un poco blanditos, para mi gusto) y de su entrega (parecen chavales por las ganas que le ponen, qué gusto). Y de lo bien que tocan. Porque mira que son buenos. A ver si es verdad que el próximo disco, para el que se van a encerrar en el estudio ya, es "cañero", como prometieron.


martes, 25 de octubre de 2011

Iván Ferreiro en la Cúpula del Milenio.

El pasado viernes 21 de octubre, dentro del ciclo Valladolid Vive la MúsicaIván Ferreiro se presentó en la Cúpula del Milenio de Valladolid para confesarse ante un nutrido grupo de seguidores que, sin embargo, no alcanzó a llenar del todo este espacio. Aunque teniendo en cuenta que el gallego ya estuvo a orillas del Pisuerga tan sólo tres meses antes, con la gira del Picnic Extraterrestre, y que éste era el primer bolo que ofrecía tras el lanzamiento de sus Confesiones de un artista de mierda (como la novela homónima de Philip K. Dick), lo cierto es que parece que existe una relación especial entre el público pucelano y el pequeño gran hombre, que eligió nuestra ciudad para la puesta de largo del disco.

Confesiones es un disco que recorre la carrera en solitario del vigués y que recupera y reinterpreta alguno de los grandes temas de la época pirata, para regocijo de los fieles. Del disco, al margen de la colaboración de figuras como Santi Balmes (El equilibrio es imposible) o Xoel López (Turnedo), o del nuevo tema (Mi munchausen) deben destacarse muchísimo los arreglos (con la mano de Ricky Falkner, que es quien le pega al bajo en el disco) que sirven para darle otro aire a los temas. Y nunca mejor dicho lo de aire, ya que se ha incorporado un trío de metales (trompeta, trombón y saxo) que contribuyen a ofrecer un resultado que encuentro espectacular.

Sin embargo, en Valladolid Ferreiro se presentó con una formación clásica -dos guitarras (Amaro Ferreiro y Pablo Novoa), bajo, batería (Gael Pintos) y teclados (el propio Iván)- que hacen de esta gira más una continuación de la de picnic que otra cosa. Una pena no poder disfrutar en directo de esos arreglos, la verdad.

Iván Ferreiro y Gael Pintos

En cualquier caso el concierto mereció la pena muchísimo. No sólo por contribuir a amortizar un poquito la faraónica inversión que ha supuesto para las arcas municipales esta infraestructura singular (por cierto, tiene una acústica estupenda, que yo me temía lo peor), sino porque ver en directo a Ferreiro sirve para explicar eso del “pequeño gran hombre”. No porque su presencia menuda o sus “rafaelianas” poses llenaran el escenario, no, sino porque su voz llenaba la cúpula, la sostenía. Para mí la de Iván Ferreiro es la mejor voz del panorama musical español: peculiar y llena de matices; educada (por lo domada) y ruda (por lo potente) a la vez. Capaz de pasar en un segundo de la más suave de las caricias al más áspero de los golpes. Todo cabe en ese tremendo chorro de voz (espectaculares los temas que interpreta solo al piano, el caso de SPNB, con el único acompañamiento de la guitarra de Amaro).

Con quince minutos de retraso sobre la tempranera hora de inicio prevista (las 21.00 h), las luces galácticas de la Cúpula se apagaban para dar paso a un Ferreiro demasiado abrigado (sería para compensar el corte de pelo) que iniciaría su confesión, no podía ser de otra manera, con Toda la verdad.

Saludo al respetable, dedicatoria del concierto a la paz en Euskadi con la aplaudida declaración de que la violencia debe quedar reservada a los videojuegos, los comics… o las letras de las canciones. Así que a dar un poco de rienda suelta a las vísceras con Farenheit 451. Y a delimitar claramente el territorio por el que iba a transitar todo el concierto: el público cantando prácticamente todas las letras (a Mi munchausen hay que darle todavía un poco de tiempo) e Iván alternando piano con paseos y poses. Y un temazo tras otro: Ciudadano A, NYC, El viaje de ChihiroRocco Sigfredi...



Pero, indudablemente, cada vez que llegaba el momento de atacar uno de los grandes temas de Los Piratas (ya fuera Promesas que no valen nada, Años 80, El equilibrio es imposible, M o Mi Coco, que sirvió para cerrar el concierto) la Cúpula no es que se viniera abajo, es que parecía hincharse con el aliento de centenares de gargantas cantando lo que no son sino himnos generacionales. siento curiosidad por saber qué hubiera ocurrido si Los Piratas hubieran aparecido en estos tiempos en los que Internet (myspace, spotify...) ha puesto patas arriba el modelo de difusión de la música (que antes prácticamente se reducía al barbecho de las radiofórmulas).

Iván Ferreiro al piano

Pero dejando las hipótesis de historia contrafactual a un lado, lo importante es que tras el aparente desahogo que parecía esconder el oscuro y bilioso Picnic Extraterrestre, Iván Ferreiro ha decidido retomar esas grandes canciones que, junto con las que han tejido su carrera en solitario, conforman la biografía de un músico sensacional y uno de los mejores repertorios del pop/rock nacional. Ello se traduce en que la cohorte de seguidores del gallego (que no para de crecer) acude a verlo allá donde va. Ya dice en Paraísos perdidos que tiene la "certeza de que nunca el escenario nos trató mejor"... Síntoma de los nuevos  tiempos.

Aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos de espectáculo, dos bises incluidos, que dejó satisfecho a todo el mundo.

Saludo de la banda al final del concierto

Hasta la próxima ocasión, claro. El FNAC Festival, por ejemplo.


Galería de fotos en nortecastilla

Crónica en eldiadevalladolid

viernes, 16 de septiembre de 2011

OSCYL: Música de cine.

El pasado viernes 9 de septiembre la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL) inauguraba oficialmente la temporada 2011-2012 en su sede oficial, el Auditorio Miguel Delibes, con un concierto (incluido dentrro del interesantísimo y muy recomendable ciclo Delibes+) ciertamente alejado de la "ortodoxia clásica". Las partituras que atacaron los miembros de la orquesta, bajo la dirección de Jose Luis Gómez Ríos, no estaban firmadas por Mozart, Beethoven, Bach o algún Strauss, sino que pertenceían a Hans Zimmer, Howard Shore o John Williams.

Cartel del concierto

Bajo el título "Música de cine" se presentaba un concierto con el que la OSCYL se reafirma en su apuesta de acercar la música clásica a todo tipo de públicos, incluidos aquéllos que no acostumbran a "frecuentar" la música clásica. Para ello prepararon un programa basado exclusivamente en las bandas sonoras de películas muy populares de todos los tiempos. Y la estrategia funciona, a la vista de que la Sala Sinfónica del auditorio se llenó en pleno viernes de ferias en Valladolid.

Me incluyo entre el grupo de personas que no acostumbran a ver conciertos de música clásica en directo. Y no porque no me guste la música clásica. Se juntan una serie de factores entre los que predominan los prejuicios y el desconocimiento (el precio, el supuesto "esnobismo" del ambiente, mi falta de "cultura"...). Excusas absurdas del tipo "no entiendo" o "no conozco a éste o aquél compositor" que contribuyen a tejer una frontera ridícula para mucha gente. Y hay que derribar mitos y desdibujar fronteras. Ni éste es un espectáculo especialmente caro (hay entradas de muchos tipos, empezando por poco más de lo que vale una entrada de cine -por no mencionar las entradas último minuto a 1€ para jóvenes menores de 30 años-), ni hay que conocerse al dedillo las obras del programa o ser un crítico de Scherzo para estar capacitado para disfrutar de ello. Bastan un par de orejas predispuestas y un mínimo de sensibilidad. Lo demás viene por añadidura (muy bien envuelto, por cierto, por la espectacular infraestructura del auditorio).

 Sala sinfónica del Auditorio Miguel Delibes

Pero, a lo que iba. Un programa popular construido con temas centrales de bandas sonoras míticas atrae a cualquiera. El de esta edición incluía clásicos tanto añejos como contemporáneos; de cine de hollywood y europeo; de proporciones épicas y de tono intimista. Se incluyeron "temas" de las siguientes obras:

Horizontes de grandeza

Casablanca

Bienvenido Míster Marshall

Piratas del Caribe

Memorias de África

Vértigo

Amarcord

El Señor de los Anillos

La Guerra de las Galaxias

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La lista de Schlinder

Parque Jurásico


No negaré que me lo pasé como un niño con la epopeya sonora que representó la interpretación de la banda sonora de Piratas del Caribe, o que esperaba como el que más que llegara el momento en que la fanfarria galáctica de John Williams cerrara el programa oficial (al final tuvimos ración triple de Williamas, con los dos "regalos"). Sin embargo disfruté muy especialmente la perturbadora "Love music" que para el Vertigo de Alfred Hitchcock compuso Bernard Hermann. O con la suite que en clave de jazz concibió Nino Rota para Amarcord.

En definitiva, me gustó, disfruté muchísimo. Creo que como todos los que asistimos al concierto, orquesta incluida, cuyos miembros se toman estos espectáculos como algo más que un mero divertimento. Como instrumento promocional desde luego que funciona, porque seguro que a lo largo del año, repito (¡y no sólo para el excepcional acontecimiento que representará su concierto con Rufus Wainwright, enmarcado dentro del ciclo Delibes+, y para el que ya tengo entrada!). Seguro que no soy el único.


Programa OSCYL Temporada 2011-2012
Programa Ciclos Auditorio Miguel Delibes 2011-2012 (incluido Delibes+)

miércoles, 20 de julio de 2011

Rock Werchter 2011 (III)

Tercer día!

Y llega el sábado, el día grande, el día de Coldplay. Incluso el tiempo parece que acompaña. Hay que estar preparados para darlo todo, así que no vemos a The Gaslight Anthem (¡sólo a estos belgas se les ocurre programarlos a las tres de la tarde!) y, ya puestos, podemos prescindir del pop blandito, melódico y molón de Bruno Mars (don't feel like doing nothing). Elbow, PJ Harvey y Portishead son material más que suficiente para dejarnos listos para Chris y sus chicos... o eso creía. Madre mía. Esta parte del programa estaba bien hilada, porque desde luego existe un hilo conductor entre los tres grupos: ¡qué aburrimiento! ¡Bienvenidos al festival chill out!

Encuentro a Elbow una banda totalmente sobrevalorada con un estilo tremendamente grandilocuente. PJ Harvey por su parte, bueno, tiene algunos temas interesantes y un estilo ciertamente propio (y eso que no es la única excéntrica en el mundo de la música) que me despierta curiosidad. Pero de ahí a disfrutar un concierto enterito de esta mujer que parece recién salida de una pesadilla surrealista new age, hay un trecho.

 PJ Harvey a lo suyo (Rock Werchter bands gallery)

Y qué decir de Portishead. He leído por ahí algo así como que este grupo hace hoy la música que sonará dentro de 50 años... lo que se traduce como un "son unos incomprendidos"; o un "si no te gustan es que no eres lo suficientemente guay". Recuerdo lo interesante que me resultó su disco Roseland NYC Live, con la filarmónica de Nueva York. Un trabajo altamente sugerente que merece mucho la pena. El problema del concierto de Portishead, para mi, es que no son un grupo de festival (aunque pasen el verano de bolo en bolo). Su música no encaja para ser interpretada al aire libre en un gran espacio abierto y ante decenas de miles de personas. Precisamente por ese caracter intimista y un punto angustioso de su música, que encontraría un acomodo bastante más propicio en un teatro o auditorio, pienso. Aunque seguramente el montón de fumados que disfrutaron la actuación en estado catártico piensan de otra forma.
Beth Gibbons y su angustia mística (© cuttingedge.be - Katrin Peeters)

Pero por fin llegaron las 23.30 h (por cierto, qué puntualidad británica la del festival), se apagan las luces, el escenario se llena de humo y suenan (subidón) los acordes del tema principal de la banda sonora de Regreso al Futuro (antes había sonado Jungleland, en lo que yo quise ver un inequívoco homenaje al reciente y tristemente fallecido Clarence Clemmons), con los que Coldplay saltaba por fin al escenario.

 Coldaplay en modo yellow

Una de las ventajas de un festival es que mucha gente va más por el ambiente que por la música, o están tan pasados/cansados que conseguir una buena ubicación es algo relativamente fácil, a diferencia del típico concierto en España, en el que casi tienes que dormir el día antes a las puertas del estadio de turno. Así que nos colocamos en una buena ubicación justo por detrás del pit (la experiencia con KOL fue más que suficiente, con un agobiante acceso y una sobremasificación dentro) para disfrutar del concierto como se merecía... ¡que eran los Coldplay!

No voy a decir que no lo pasara bien, que lo pasé. Pero, no sé si mis expectativas eran elevadísimas, lo cierto es que me dejaron bastante frío (so cold, so cold!). Quizá sea porque junto a temazos clásicos (Yellow, In my place, The Scientist, Shiver, Violet Hill...) intercalaban castañas (por lo menos de entrada me lo parecen... me pasó también con Viva la vida, he de reconocer) del que será su quinto album de estudio, como Hurts like heaven, Major Minus o Us against the world. Y no debo ser el único cuando Chris, al presentar Charlie Brown, prometió que esa sí nos gustaría... ¡pero va a ser que no!



No fue un montaje espectacular y acongojante, como el que lían U2 y que puede justificar por sí mismo ir a verles, pero sí que estaba sobrado de aderezos (fuegos artificales de andar por casa, maripositas de papel lanzadas al aire, balones de colores sobre el público...), lo que para mi no es más que una forma de compensar el aspecto musical. Pobretón. En el sentido de que me sonaban igual que si me pongo el CD en mi casa (bueno, peor, para ser sinceros). Es verdad que Chris Martin tiene la voz que tiene y que Coldplay es lo que es. Ni más ni menos. En ese sentido, ninguna sorpresa. Y creo que ese fue el problema (más allá de mis expectativas), que un concierto tiene que ser algo diferente a una audición de un CD, especial, distinta...

A ello se unen el blandito de Chris, su "carisma" y, para mi gusto, exceso de protagonismo; y una edulcorada puesta en escena en la que queda patente que para estos chicos, efectivamente y aunque no la tocaran, Life is in technicolor, ya que han pintado en multitonos pastel y fosforitos hasta los pobres instrumentos.

Conclusión: sí, lo pasé bien; sí, tienen un montón de hits que les han convertido en el fenómeno que son; pero, sí, esperaba mucho más precisamente por ese nivel. Por cierto, a mi Every teardrop is a waterfall (con su sampleado de ritmo de la noche y todo, sí, qué pasa) me parece una genialidad para acabar los conciertos. El mejor momento de la noche, junto con el coro de "oes" para el Viva la vida.




Cuarto día!

Llega el último y el final está próximo pero... ¡menudo pedazo de cartel nos queda por delante! Encima el tiempo acompaña muchísimo y disfrutamos del mejor día de festival en este sentido.

Empezamos con Kasabian, grupo inglés al que tenía muchas ganas de ver dado que me gustan bastante. Y no es para menos, con grandes temas acumulados en su breve carrera (Fire, Underdog, Club foot, LSF...), pero... qué decepción. En directo son flojísimos.

Les seguían en el escenario otros compatriotas, los Kaiser Chiefs, grupo muy curtido que persigue (con poco éxito) volver a dar el pelotazo con un trabajo que les lleve a las cotas de sus dos primeros discos. Su último album, The future is medieval, les confirma eso, un futuro más bien gris. En directo entretienen y ponen al personal en movimiento... pero su actuación no perdura.

¡Cambio de escenario! Vamos a ver a Brandon Flowers (sacrificando a Nick Cave y sus Grinderman, snif, snif) a la pirámide, a ver qué tal se vive un concierto allí y a ver qué tal vuela Brandon sin los Killers porque, para que vamos a engañarnos, Flamingo, el divertimento en solitario de este chico es un disco tirando a mediocre en el que su primer y mejor single, Crossfire, no aspiraría a ser nada más que un descarte de un album de The Killers. Sin embargo, éste fue uno de los conciertos más divertidos que vivimos en el Werchter 2011.

 Brandon "a lo crooner"

Por un lado, la pirámide es un escenario tan pequeño que es fácil sentirse muy involucrado en el concierto, al estar encima del escenario. Por otro, 45 minutos son tan poco tiempo que no da tiempo a aburrirse si el que está arriba "se lo curra". Y Brandon lo hizo. Está claro que su aventura en solitario es un divertimento. Este chico tiene una grandísima voz de crooner que desató para interpretar de inicio, con el único acompañamiento de una guitarra acústica, ese Welcome to Fabulous Las Vegas, y atacar de manera inmediata Crossfire.


Es decir, a la segunda canción ya había gastado toda la pólvora. Pero no. En un divertimento de 45 minutos te puedes permitir eso, hacer una versión de Bette Davis Eyes o poner a todo el mundo a saltar como locos (parecía que se fuera a hundir la pirámide) con Read My Mind y una versión genial de Mr. Brightside mientras Fergie, de los Black Eyed Peas, se asoma desde un lateral del escenario. Nota mental: no hay que perderse un concierto de la próxima gira de The Killers.


Y tras Brandon Flowers, llegaba el momento de la banda de hombres barbudos y camisas de cuadros llegados de Seattle: Fleet Foxes. Uno de los momentos más esperados del festival para muchos. Su actuación, en principio prevista con una hora de duración, fue ampliada en 15 minutos más (a costa del bueno de Brandon), respondiendo a la expectación levantada (su posición en el cartel fue ascendiendo peldaños día a día). Y no defraudaron. En esa hora y cuarto desplegaron toda su magia de armonías vocales, guitarras, piano, percusión, cuerda, viento... Lo de estos chicos es folk, es soul, es gospel, es country, es blues... es la maldita quintaesencia de la música. Es transportarte a otro estadio de realidad. Bucólico, complejo y lejano, como esa portada de su primer disco que recuerda, precisamente, a las tablas de la edad dorada de la pintura flamenca.

No puedo esperar a volver a verles pero, esta vez, en un escenario más propicio. Un teatro, un auditorio, un templo... cualquier sitio con una acústica digna de la música, voces y arreglos de estos locos que beben té entre canción y canción y parecen salidos de un festival sesentero.

 Sim Sala Bim

Sólo un apunte. El público de por ahí arriba, comparado con el español, es extremadamente frío. Durante hora y cuarto bajo esa carpa se desató la locura. Mejor, el éxtasis. Se pusieron los pelos de punta de cientos de personas. A pesar del sonido. Los aplausos y vítores se alargaban. Lo nunca visto. Ni los barbudos podían creerlo. Yo, la verdad, tampoco me creía lo que escuchaba. Música para el espíritu.


Salimos de la pirámide montados en la nube en la que nos habían dejado estos chicos y corremos hacia el main stage para ver en directo a una de las grandes leyendas de la música: Iron Maiden. La marea de camisetas negras que ese día inundaban el recinto dejaban bien claro de quién era el día. Suyo. Por derecho propio. Quién más podía vanagloriarse sobre el escenario de más de treinta años de carrera a sus espaldas, decenas de éxitos, millones de seguidores y varias giras mundiales. Quiénes más presentaban como trabajo más reciente un disco recopilatorio de tanto y tan bueno. Quiénes iban a ser los únicos que tenían progranado un concierto con una duración que superaba las dos horas. Sólo ellos, sólo los Maiden.

 Tinglado de los Maiden en el main stage

Al escenario del Werchter trajeron toda su parafernalia (Eddie incluido), el equivalente al montaje de una ópera en el rock. Perdón, en el heavy metal. Y con ello trajeron toda su mística y su épica, que es mucha. Qué espectaculo ver a estos sexagenarios moverse y disfrutar de lo que hacen como si fuera el primer día. Y lo que hacen es una pasada, es apoteosis musical, es puro virtuosismo. Especialmente el de sus tres guitarras, midiéndose unos frente a otros, retándose, melena al viento, en solos eternos e imposibles.

Noche de símbolos (espectros en camisetas y en el fondo de escenario), de lugares comunes (el negro, claro), de mensajes de hermandad (entonados por un Bruce Dickinson espectacular e inagotable maestro de ceremonías), de banderas al viento y de auténticos himnos que trascienden generaciones: Fear of the Dark, The number of the Beast, When the wild wind blows, Blood brothers...


Después de todo esto, que Black Eyed Peas cerrara el festival (eso sí, tras la sesión de A-Trak, especie de DJ cañero, momento que aprovechamos para comer algo y reponer fuerzas) es sólo una anécdota que contar. Unos días después actuaron en el Calderón ante miles de incautos que se dejaron la pasta por escuchar los gorgoritos de Fergie y la voz sintetizada de sus tres comparsas, con un espectáculo de luz y sonido bastante penoso que distaba mucho de aquello de "convertir en una discoteca" el recinto.

Chou de Black Eyed Peas

Creo que son un producto genial para el tinglado del halftime de la superbowl, para sus flashmobs con Oprah, o para calzar el I gotta feeling en toda boda que se precie. Pero nada más.

Punto final a una experiencia brutal a lo largo de cuatro días que no importaría repetir. ¿Quizá un Glastonbury al año que viene? De momento, próxima parada el Lowcost Festival patrio. Seguiremos informando.