miércoles, 29 de febrero de 2012

Rufus Wainwright y la OSCYL: crónica del concierto irrepetible de un artista único.

El pasado sábado las puertas de la Sala Sinfónica del Auditorio Miguel Delibes se abrían para recibir uno de los acontecimientos musicales y artísticos de este año en Valladolid: el concierto de Rufus Wainwright junto con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL). Buena muestra de ello fue el lleno registrado y el hecho de que muchos de los espectadores venían de fuera de la ciudad (¡y del país!) para ser testigos de un espectáculo único que contribuye a poner en el mapa a nuestra ciudad (para el propio Rufus también, que confesaba que mientras volaba hacia aquí no tenía ni idea de dónde estaba una ciudad de la que nunca había oído hablar) y a resaltar el genial programa artístico al que se nos está acostumbrando desde este centro cultural.

Cartel del concierto

Rufus Wainwright es un artista único, un iconoclasta a su manera, un músico difícilmente clasificable a pesar de que se le pueda adjudicar fácilmente la etiqueta de songwriter. Indudablemente es un compositor notabilísimo, no sólo en lo que a las letras se refiere, sino a la música también, siendo plenamente aplicable a ambos aspectos el adjetivo de lírico. Y es que su trabajo rezuma lirismo. El concierto de Valladolid se presentaba bajo el título de "Classico Rufus", pero bien podría haberse titulado "Lírico Rufus".

El canadiense, un tipo especial proveniente de una familia de músicos y con una sensibilidad evidente, ha confesado en numerosas ocasiones la influencia que ha tenido en él la música clásica y, muy en particular, la ópera. Ello se respira en la discografía de un artista pop que, conocido por el gran público por su participación en varias bandas sonoras, ha llegado a escribir y producir su propia ópera.

Arrancaba la noche con una enérgica interpretación por parte de la OSCYL de Carnaval, Obertura Op. 92, de Dvorak, obra que fue escogida, en palabras del encargado de dirigir a la orquesta, Andrés Franco, "no sólo por las fechas, sino porque se trata de una obra muy vital y las canciones de Rufus hablan precisamente de eso, de la vida". Tras semejante presentación irrumpió sobre el escenario un Rufus dandy Wainwright, vestido con traje y chaleco gris, zapatos de doble hebilla, calcetines color turquesa, foulard al cuello y flor de tela en la solapa, al que se recibió como a un auténtico divo.

La primera parte del concierto tomaba tintes de recital, con la interpretación de cinco sonetos de William Shakespeare orquestados por el propio Wainwright, tres de los cuales aparecían en su último disco hasta la fecha, All Days Are Nights: Songs For Lulu (Sonet 43 -When Most I Wink-; Sonet 20 -A woman's face-; y Sonet 10 -For Shame-). Cinco movimientos interpretados por la orquesta para acompañar, para arropar, para envolver el intenso ejercicio de poética declamación, de canto, de homenaje de un bardo a otro bardo. Cinco movimientos entre los cuales no se aplaudió por expresa petición de Wainwright, lo que dotó a la actuación de una mayor profundidad, al no romperse la continuidad de la interpretación y favoreciendo su apreciación global. Qué belleza. Qué originalidad. Qué sensación única. El estruendo con que estalló el auditorio, aunque previsible, puso de relieve la fascinación con la que el público recibió semejante ejercicio de lirismo audaz.

Rufus y Andres Franco recibiendo la ovación del público tras la 1ª parte

La segunda parte del concierto se suponía que transcurriría por terrenos más desenfadados, más pop, con un Rufus menos hierático y que interactuaría con el público desde el primer momento, presentando cada una de las canciones y dejando comentarios y perlas varias por el camino (desde lo orgullosos que debíamos sentirnos por la formidable OSCYL a lo "guays" que somos en España por tener regulado el matrimonio homosexual). Empezaría sentado al piano, interpretando Vibrate, Little Sister y This Love Affair (al final se cayó del setlist previsto What Would I Ever Do With a Rose), temas que aunque ya contaban con unos interesantes arreglos en sus grabaciones originales, sin embargo nada tienen que ver con el nivel al que quedan elevados cuando son interpretados junto a una orquesta sinfónica.

Tras este bloque, Rufus volvía a colocarse de pie frente a una partitura para enfrentarse, valiente, a la interpretación de una parte de las Noches de Verano de Hector Berlioz, una de cuyas arias, confesó, es la más bella que ha escuchado jamás y que la primera vez que la oyó, estando al volante de su coche, la sensación fue tal que casi tiene un accidente. Reconoció que él no era ni pretendía ser un cantante de ópera. Sin embargo, qué valiente, abordó su particular homenaje al género y a esta obra haciendo gala de un ejercicio de modulación vocal asombroso. Espectacular. La suya no es una voz única, rica en registros y matices pero, sin embargo, es muy especial. Y, como digo, su capacidad de modularla es absolutamente brutal. Una maravilla.

Como broche final, el programa tenía previsto un último tramo que arrancaba con una OSCYL convertida en big band para interpretar el You Go to My Head, de Cole Porter, del que Rufus se declaró fan absoluto. Para mí aquí se alcanzó la cima del concierto, con una orquesta y un Wainwright absolutamente desmelenados transportándonos hasta el Nueva York de los cincuenta a ritmo desenfrenado.

Con las pulsaciones disparadas atacaron el clásico Over The Rainbow (extraído de su homenaje a Judy Garland), para concluir el programa oficial con un tema de Rufus perfecto para cerrar por sus arreglos: Oh What A World. Éxito absoluto, público puesto en pie y primer bis: Rufus sentado al piano interpreta su versión del inmortal Hallelujah de Cohen.


Video de Hallelujah

Éxito rotundo y algarabía general para forzar un bis más. Bis que representaría la gran sorpresa con la que rematar la velada: Rufus y la OSCYL interpretarían, de propina, el aria final de su ópera Prima Donna, recientemente estrenada en Nueva York con división de opiniones por parte de la crítica (Rufus aprovechó para dejar un sarcástico comentario a cuenta del repaso que le hicieron desde las páginas del New York Times).

Cerrada ovación con sabor a despedida a este artista valiente, sensible y único que, junto con la OSCYL, firmó, probablemente, una de las noches más memorables que se recuerdan en el Delibes. Tan prolongados y tan intensos fueron los aplausos que el canadiense no sólo se vio obligado a salir a saludar hasta en cuatro ocasiones sino que, ante la insistencia del respetable, se sentó de nuevo al piano para interpretar Poses, pedida por algunos desde la grada.

Video de Poses

Lo dicho: concierto irrepetible de un artista único.

Programa del concierto.


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