jueves, 10 de noviembre de 2011

Wilco: la tempestad y la calma.

Y por fin llegó el día. El 3 de noviembre de 2011, en el Kursaal de San Sebastián, tuve la oportunidad de ver en directo a una de las mejores bandas de todos los tiempos: Wilco. Los descubrí hace poco, con motivo del lanzamiento de su disco anterior (Wilco, the album) y, tras bucear en su discografía, se convirtieron en mi grupo de referencia. Miles Davis podía alardear de haber cambiado el rumbo de la música en varias ocasiones. Quizá atribuir tal proeza a la banda de Chicago pueda considerarse pretencioso y excesivo, pero lo que es innegable es que han abierto de par en par las puertas del sonido del rock del s. XXI, lo que no es poca cosa.

¿Qué música hace Wilco? Rock, country, folk, americana... Su música trasciende estilos, reinventa varios y transita muchos, dejando poso. Con un sonido marcado por la búsqueda de nuevos territorios, que abre sendas que posteriormente serán atravesadas por muchos otros. Unos pioneros. Y, en directo, probablemente la mejor banda que puede verse hoy en día.

Póster de la gira europea 2011 de Wilco

El de San Sebastián era el tercer concierto de su gira española y, tras haber pasado por Madrid y Barcelona, habíamos tenido la oportunidad de leer numerosas crónicas y críticas (alguna sorprendente) de esos bolos anteriores, lo que siempre supone un peligro de cara a la forja de expectativas, ya muy altas de por sí.

El marco, y perdón por abusar del tópico, incomparable. El Kursaal es un edificio que a mi, personalmente, me encanta estéticamente. Pero es que además, desde un punto de vista puramente funcional, es fantástico. Su auditorio presenta unas condiciones de comodidad y visibilidad magníficas. Y su acústica es espectacular, a la altura de lo que debe esperarse de una infraestructura así.

 Auditorio del  Kursaal

Ya con la actuación de los teloneros tuvimos ocasión de comprobarlo (así como el buenísimo trabajo de los técnicos de sonido y de, probablemente, una prueba de sonido hecha en condiciones, de verdad). Por cierto, menudo grupazo que es Jonathan Wilson. Wilco no puede llevar a cualquiera a telonear sus actuaciones, está claro. Pero, madre mía, menudo buen gusto, vaya clase, qué calidad la de estos chavales. Muchos dirán que siguen la estela de ese rock alternativo de corte folk (ya sabéis, paisajes instrumentales con arreglos preciosistas y armonías vocales aderezadas con barbas y camisas de cuadros) al que vienen desmenuzando, dando forma y poniendo de moda grupos que van de Fleet Foxes a Band of Horses, pasando por Bon Iver o Iron and Wine. Bendita moda. La interpretación de temas como Gentle Spirit ante un auditorio wilcoansioso puso los pelos de punta a más de uno que no dejábamos de preguntarnos eso de "y estos... ¿quiénes son?". Una cosa más que tengo que agradecerle a Wilco es que me hayan descubierto a estos chicos. A ver si ahora que tienen su propio sello discográfico, y conociendo las cosas que le interesan a Jeff Tweedy cuando se mete a productor, apuestan por dar ese empujón a más bandas que seguro merecen mucho la pena.

Pero vayamos al grano, que aunque Jonathan Wilson son buenos, el papel se agotó para ver a Wilco, la mejor banda en directo del mundo, sin duda (¡dejémonos de probables!). Son una máquina perfectamente engrasada para ejecutar sin fallo una canción tras otra. No importa el disco, el tono, la complejidad de los arreglos... Sólo hay un objetivo: la perfección. Y eso empieza con el sonido más limpio que he escuchado nunca en un concierto (repito lo del trabajo de los técnicos de sonido, la prueba de sonido y demás). Para mi ello es muestra de la profesionalidad de un grupo que, a pesar de ir asentando poco a poco su propia legión de incondicionales, nada tienen de divos.

Eso también se escenifica. Se apagan las luces del auditorio, se ilumina el escenario y aparecen sobre las tablas, todos juntos, Jeff Tweedy, Nels Cline y compañía. Y cada uno ocupa su posición al tiempo sin que haya nadie que reivindique un protagonismo especial. Y es que sólo va a haber un protagonista: la música y el sonido. Wilco.

Arranca la noche con One Sunday Morning, esa pieza de doce minutos construida sobre la repetición metódica de una sencilla y bella melodía que sirve para cerrar The Whole Love y que, a priori, representa un anticlimax de libro con el que abrir un setlist. No para esta gente. Era su forma de decir acomódense; relájense para disfrutar, abran sus oídos; olviden sus prejuicios y expectativas que esto empieza. Y esa melodía, ese repetitivo patrón te agarra y te ata a la butaca, te sumerge en una espiral de sensaciones, de disfrute. Te hechiza.

Así comenzaban algo más de dos sublimes horas de concierto, de exquisita ejecución, de virtuoso ejercicio musical cuyo esqueleto estuvo apoyado en su último trabajo (el mencionado The Whole Love, disco que a mi personalmente me encanta, representando un compendio de lo que Wilco ofrece) y en el aclamado Yankee Hotel Foxtrot aunque, por supuesto, se tocaron temas muy destacados de otros álbumes de su carrera.

La escenografía preparada se limitaba al despliegue de la amplísima "cacharrería" (guitarras, sintetizadores, pedales, pianos, xilófonos y demás percusiones) de que se sirven estos músicos para hacer su música. En este caso, la expresión "hacer música" es acertadísima. En directo tienes esa oportunidad única de asistir al espectáculo excepcional que representa la construcción de una canción. Instrumento a instrumento. Nota a nota. Distorsión a distorsión. Ruido a ruido. Se van sacando las piezas de un puzzle que, conforme avanza el tiempo, se va complicando más y más, lo cual no impide que cada pieza sea colocada en su sitio para que disfrutemos del resultado final: música. Un torbellino musical que te pasa por encima y te arrolla. Perfectamente medido y milimetrado. Cada nota interpretada en su justo momento, cada destello de luz aplicado según el plan previsto. Y todavía hay algunos esnobs (esos que acuden a verles por enésima vez, y que repetirán, seguro, y a los que parece molestar que esta banda ya no sea conocida y apreciada únicamente por un reducido grupo de gente) que critican lo que no es sino duro trabajo y profesionalidad escondidos tras semejante ejercicio de virtuosismo.

A qué se parece ese torbellino musical. Yo me sentí como si, de repente, el Kursaal se convirtiera en la pista de despegue de un aeropuerto a la que duarante dos horas llegaban y salían aviones, con los que despegábamos y aterrizábamos para disfrutar entre medias de momentos de recogida calma. Probablemente Via Chicago sea una de las mejores canciones que recogen esto que digo.



Es indescriptible la sensación que produce ver a Jeff Tweedy clavado ante el micrófono, con su guitarra acústica, cantando eso de "...coming home, i'm coming home..." como si nada ocurriera a su alrededor, ajeno al 747 que a su espalda despega pilotado por el batería Glenn Kotche. Brutal. Cúmulo de contrastes. La tempestad y la calma.

No hice fotos ni videos durante el concierto, y no por el excesivo celo que el personal del Kursaal puso en evitar que la gente grabara (apenas podréis encontrar vídeos en youtube; en cambio, del concierto que dieron en Vigo al día siguiente podéis ver varios en el canal de este usuario), sino porque estaba tan metido en el espectáculo, lo estaba disfrutando tanto, que ni me acordaba de la cámara. Sólo me preocupaba una cosa: vivir con intensidad cada segundo. Disfruté tanto que, para cuando llegaron los bises, me sentía plenamente satisfecho. Casi (¡casi!) no me hubiera importado que no hubieran tocado Impossible Germany, para ver a Nels Cline interpretar en directo uno de los mejores solos de guitarra de la historia y, sin duda, mi favorito.

Ya entiendo por qué Wilco va multiplicando, concierto tras concierto, esa legión de fieles seguidores que están dispuestos a pagar casi lo que sea por verles de nuevo. Que silban, gritan y aúllan durante las dos horas en que son arrollados por el torbellino. Que pasados los días siguen con la sensación de haber asistido a algo especial, aun cuando en cada actuación rayen al mismo nivel. Soy uno de ellos. Y Wilco, únicos.


Setlist en Spotify

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Concierto de La Habitación Roja en el Auditorio Miguel Delibes.

El sábado 29 de octubre el Auditorio Miguel Delibes se puso popero abriendo las puertas de su sala experimental a la música de La Habitación Roja, cuya actuación se vería precedida por la del grupo local Lector Acróbata. Todo ello dentro de la programación del ciclo Delibes+ del que, creo, en este blog ya hemos tenido varias oportunidades de valorar muy positivamente su existencia, al atraer a estas excepcionales instalaciones a un público distinto del habitual (el que acude a ver a la OSCYL). Así, la clásica se echa a un lado para dar cabida a otros estilos musicales: del jazz al rock pasando, como era este caso, por el pop más puro.

Dicho esto, también quiero ser crítico con lo que yo entiendo una pobre promoción, que no está a la altura de la programación o de, por ejemplo, las modalidades de abonos que salieron a la venta a finales de verano (y que en algún caso representaban un ahorro de hasta un 25%). Más allá de los carteles de los distintos conciertos con los que cada semana se forran los muros de siempre de la ciudad, apenas hay difusión. A día de hoy no parece razonable que no exista una presencia apropiada en las redes sociales. Y digo esto porque el esfuerzo que se hace en conformar un programa variado y de calidad se puede ir al traste si no se percibe una respuesta en el público. Pero, paralelamente, para que tal respuesta se produzca es indispensable trabajar en una mejor comunicación.

Si no será bastante frecuente que el público asistente a muchos espectáculos se reduzca a apenas un par de centenares de personas. Lo cual no deja de ser un lujo para los asistentes, pero a lo mejor en estos tiempos que corren y con la estadística del papel vendido en la mano a algún gerente se le ocurre que esto no es sostenible.

Sí, apenas doscientas personas acudimos a ver el concierto. Ya digo, un lujo estar tan cerca de los artistas y tan cómodamente (con tanto espacio), en un escenario soberbio (la sala experimental es, sencillamente, es-pec-ta-cu-lar; ¿quién dijo que Valladolid no tenía infraestructuras de altura para estos eventos? ¡Menuda acústica!).

Sala experimental

Hablando del concierto en sí (y dejando a un lado la, para mi gusto, excesivamente larga actuación de Lector Acróbata), lo cierto es que no se me puede considerar un fan del grupo. De hecho, antes del concierto apenas lo había escuchado. Había aprovechado el descuento que ofrecía el abono para poder escoger la actuación de algún grupo que no conociera y así expandir horizontes musicales, y unos clásicos de la escena popera independiente nacional prometían. Porque esta gente ya tiene bajo el brazo un buen puñado de discos que responden a una dilatada carrera. El último álbum, Para ti Vol. 2, es la continuación a un volumen anterior, basado en versiones de grupos de la escena pop española de los años 80 y 90. Un homenaje a la música que han mamado y que les gusta.

Y así arrancaba el concierto (el último de la gira, por cierto), desgranando versiones. Una primera parte que se me hizo pesada (como diría mi amigo Javi, "son un poco rollete"). Temas, aunque siempre preciosistas, demasiado tranquilos (versión de Lluís Llach incluida) y más alejado del que parece ser el estilo de los valencianos. Sólo con las versiones de Mariajo (de Los Navajos) o de Quiromántico (de Sr. Chinarro), empezamos a movernos un poco.



Pero pasada esta primera fase, la banda se entregó a su propio repertorio y el concierto entró en otra dinámica, mucho más animada (¡que ésta es una banda con tres guitarras, hombre!) y en la que aparecieron sus grandes éxitos: Voy a hacerte recordar, Febrero o Scandinavia... Para acabar en los bises haciendo una versión del There is a light that never goes out, de The Smiths. Satisficieron al puñado de incondicionales que allí se reunieron. A los que no lo éramos nos hicieron pasar un buen rato, disfrutando de sus melodías pop (aunque un poco blanditos, para mi gusto) y de su entrega (parecen chavales por las ganas que le ponen, qué gusto). Y de lo bien que tocan. Porque mira que son buenos. A ver si es verdad que el próximo disco, para el que se van a encerrar en el estudio ya, es "cañero", como prometieron.


martes, 25 de octubre de 2011

Iván Ferreiro en la Cúpula del Milenio.

El pasado viernes 21 de octubre, dentro del ciclo Valladolid Vive la MúsicaIván Ferreiro se presentó en la Cúpula del Milenio de Valladolid para confesarse ante un nutrido grupo de seguidores que, sin embargo, no alcanzó a llenar del todo este espacio. Aunque teniendo en cuenta que el gallego ya estuvo a orillas del Pisuerga tan sólo tres meses antes, con la gira del Picnic Extraterrestre, y que éste era el primer bolo que ofrecía tras el lanzamiento de sus Confesiones de un artista de mierda (como la novela homónima de Philip K. Dick), lo cierto es que parece que existe una relación especial entre el público pucelano y el pequeño gran hombre, que eligió nuestra ciudad para la puesta de largo del disco.

Confesiones es un disco que recorre la carrera en solitario del vigués y que recupera y reinterpreta alguno de los grandes temas de la época pirata, para regocijo de los fieles. Del disco, al margen de la colaboración de figuras como Santi Balmes (El equilibrio es imposible) o Xoel López (Turnedo), o del nuevo tema (Mi munchausen) deben destacarse muchísimo los arreglos (con la mano de Ricky Falkner, que es quien le pega al bajo en el disco) que sirven para darle otro aire a los temas. Y nunca mejor dicho lo de aire, ya que se ha incorporado un trío de metales (trompeta, trombón y saxo) que contribuyen a ofrecer un resultado que encuentro espectacular.

Sin embargo, en Valladolid Ferreiro se presentó con una formación clásica -dos guitarras (Amaro Ferreiro y Pablo Novoa), bajo, batería (Gael Pintos) y teclados (el propio Iván)- que hacen de esta gira más una continuación de la de picnic que otra cosa. Una pena no poder disfrutar en directo de esos arreglos, la verdad.

Iván Ferreiro y Gael Pintos

En cualquier caso el concierto mereció la pena muchísimo. No sólo por contribuir a amortizar un poquito la faraónica inversión que ha supuesto para las arcas municipales esta infraestructura singular (por cierto, tiene una acústica estupenda, que yo me temía lo peor), sino porque ver en directo a Ferreiro sirve para explicar eso del “pequeño gran hombre”. No porque su presencia menuda o sus “rafaelianas” poses llenaran el escenario, no, sino porque su voz llenaba la cúpula, la sostenía. Para mí la de Iván Ferreiro es la mejor voz del panorama musical español: peculiar y llena de matices; educada (por lo domada) y ruda (por lo potente) a la vez. Capaz de pasar en un segundo de la más suave de las caricias al más áspero de los golpes. Todo cabe en ese tremendo chorro de voz (espectaculares los temas que interpreta solo al piano, el caso de SPNB, con el único acompañamiento de la guitarra de Amaro).

Con quince minutos de retraso sobre la tempranera hora de inicio prevista (las 21.00 h), las luces galácticas de la Cúpula se apagaban para dar paso a un Ferreiro demasiado abrigado (sería para compensar el corte de pelo) que iniciaría su confesión, no podía ser de otra manera, con Toda la verdad.

Saludo al respetable, dedicatoria del concierto a la paz en Euskadi con la aplaudida declaración de que la violencia debe quedar reservada a los videojuegos, los comics… o las letras de las canciones. Así que a dar un poco de rienda suelta a las vísceras con Farenheit 451. Y a delimitar claramente el territorio por el que iba a transitar todo el concierto: el público cantando prácticamente todas las letras (a Mi munchausen hay que darle todavía un poco de tiempo) e Iván alternando piano con paseos y poses. Y un temazo tras otro: Ciudadano A, NYC, El viaje de ChihiroRocco Sigfredi...



Pero, indudablemente, cada vez que llegaba el momento de atacar uno de los grandes temas de Los Piratas (ya fuera Promesas que no valen nada, Años 80, El equilibrio es imposible, M o Mi Coco, que sirvió para cerrar el concierto) la Cúpula no es que se viniera abajo, es que parecía hincharse con el aliento de centenares de gargantas cantando lo que no son sino himnos generacionales. siento curiosidad por saber qué hubiera ocurrido si Los Piratas hubieran aparecido en estos tiempos en los que Internet (myspace, spotify...) ha puesto patas arriba el modelo de difusión de la música (que antes prácticamente se reducía al barbecho de las radiofórmulas).

Iván Ferreiro al piano

Pero dejando las hipótesis de historia contrafactual a un lado, lo importante es que tras el aparente desahogo que parecía esconder el oscuro y bilioso Picnic Extraterrestre, Iván Ferreiro ha decidido retomar esas grandes canciones que, junto con las que han tejido su carrera en solitario, conforman la biografía de un músico sensacional y uno de los mejores repertorios del pop/rock nacional. Ello se traduce en que la cohorte de seguidores del gallego (que no para de crecer) acude a verlo allá donde va. Ya dice en Paraísos perdidos que tiene la "certeza de que nunca el escenario nos trató mejor"... Síntoma de los nuevos  tiempos.

Aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos de espectáculo, dos bises incluidos, que dejó satisfecho a todo el mundo.

Saludo de la banda al final del concierto

Hasta la próxima ocasión, claro. El FNAC Festival, por ejemplo.


Galería de fotos en nortecastilla

Crónica en eldiadevalladolid

viernes, 16 de septiembre de 2011

OSCYL: Música de cine.

El pasado viernes 9 de septiembre la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL) inauguraba oficialmente la temporada 2011-2012 en su sede oficial, el Auditorio Miguel Delibes, con un concierto (incluido dentrro del interesantísimo y muy recomendable ciclo Delibes+) ciertamente alejado de la "ortodoxia clásica". Las partituras que atacaron los miembros de la orquesta, bajo la dirección de Jose Luis Gómez Ríos, no estaban firmadas por Mozart, Beethoven, Bach o algún Strauss, sino que pertenceían a Hans Zimmer, Howard Shore o John Williams.

Cartel del concierto

Bajo el título "Música de cine" se presentaba un concierto con el que la OSCYL se reafirma en su apuesta de acercar la música clásica a todo tipo de públicos, incluidos aquéllos que no acostumbran a "frecuentar" la música clásica. Para ello prepararon un programa basado exclusivamente en las bandas sonoras de películas muy populares de todos los tiempos. Y la estrategia funciona, a la vista de que la Sala Sinfónica del auditorio se llenó en pleno viernes de ferias en Valladolid.

Me incluyo entre el grupo de personas que no acostumbran a ver conciertos de música clásica en directo. Y no porque no me guste la música clásica. Se juntan una serie de factores entre los que predominan los prejuicios y el desconocimiento (el precio, el supuesto "esnobismo" del ambiente, mi falta de "cultura"...). Excusas absurdas del tipo "no entiendo" o "no conozco a éste o aquél compositor" que contribuyen a tejer una frontera ridícula para mucha gente. Y hay que derribar mitos y desdibujar fronteras. Ni éste es un espectáculo especialmente caro (hay entradas de muchos tipos, empezando por poco más de lo que vale una entrada de cine -por no mencionar las entradas último minuto a 1€ para jóvenes menores de 30 años-), ni hay que conocerse al dedillo las obras del programa o ser un crítico de Scherzo para estar capacitado para disfrutar de ello. Bastan un par de orejas predispuestas y un mínimo de sensibilidad. Lo demás viene por añadidura (muy bien envuelto, por cierto, por la espectacular infraestructura del auditorio).

 Sala sinfónica del Auditorio Miguel Delibes

Pero, a lo que iba. Un programa popular construido con temas centrales de bandas sonoras míticas atrae a cualquiera. El de esta edición incluía clásicos tanto añejos como contemporáneos; de cine de hollywood y europeo; de proporciones épicas y de tono intimista. Se incluyeron "temas" de las siguientes obras:

Horizontes de grandeza

Casablanca

Bienvenido Míster Marshall

Piratas del Caribe

Memorias de África

Vértigo

Amarcord

El Señor de los Anillos

La Guerra de las Galaxias

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La lista de Schlinder

Parque Jurásico


No negaré que me lo pasé como un niño con la epopeya sonora que representó la interpretación de la banda sonora de Piratas del Caribe, o que esperaba como el que más que llegara el momento en que la fanfarria galáctica de John Williams cerrara el programa oficial (al final tuvimos ración triple de Williamas, con los dos "regalos"). Sin embargo disfruté muy especialmente la perturbadora "Love music" que para el Vertigo de Alfred Hitchcock compuso Bernard Hermann. O con la suite que en clave de jazz concibió Nino Rota para Amarcord.

En definitiva, me gustó, disfruté muchísimo. Creo que como todos los que asistimos al concierto, orquesta incluida, cuyos miembros se toman estos espectáculos como algo más que un mero divertimento. Como instrumento promocional desde luego que funciona, porque seguro que a lo largo del año, repito (¡y no sólo para el excepcional acontecimiento que representará su concierto con Rufus Wainwright, enmarcado dentro del ciclo Delibes+, y para el que ya tengo entrada!). Seguro que no soy el único.


Programa OSCYL Temporada 2011-2012
Programa Ciclos Auditorio Miguel Delibes 2011-2012 (incluido Delibes+)

domingo, 31 de julio de 2011

Lowcost Festival 2011

Entre los pasados días 21 y 23 de julio se celebró en Benidorm el que, por cartel y desde mi humilde opinión, viene a ser el más potente de los festivales veraniegos que se celebran en nuestro país (FIB y BBKLive al margen): el Lowcost Festival.


Y es que por lo que al panorama nacional se refiere, aunque no estaban todos lo que son, son todos los que estaban (y que eran la mayoría). Vetusta Morla, Love of Lesbian, Standstill, Lori Meyers, LA, Sexy Sadie, Supersubmarina, Sidonie... A los que se sumaban una serie de nombres foraneos de relumbrón: de Mika y Mando Diao a Klaxons y The Pains of Being Pure at Heart, pasando por Crystal Castles, Cut Copy o Ok Go. Sensacional. Lo más granado de la llamada música indie nacional y parte de la internacional.

El festival estrenaba nuevo recinto: la ciudad deportiva Guillermo Amor. No sé qué tal estaría el festival en sus emplazamientos anteriores, pero sí que puedo decir que en esta edición ha sido de lujo en términos de disfrute y comodidad. Los tres escenarios estaban muy próximos, se accedía rápidamente a ellos, el cesped estaba muy presente en todos ellos y, además, en el escenario azul (el mediano) se había habilitado una zona "chill out" con puffs para poder estar tirado a la bartola mientras se disfrutaba de la música. A su lado, había una zona con mesas y sillas de terraza para poder comer tranquilamente. Por cierto, el tema de la comida y bebida estaba muy bien resuelto, con numerosos puestos distribuidos por todo el recinto, con los suficientes puntos de venta de tickets. La comida, además, muy bien. Variada (pizza, kebab, carne, comida senegalesa, oriental...) y hecha en el momento, nada de precocinados, por chiringuitos gestionados por establecimientos locales.


Aunque es verdad que los bocatas de panceta y chorizo criollo de la parrilla argentina estaban bien buenos... vayamos al grano: ¡la música!

¡Primer día!

El jueves iba a servir, aparentemente, como calentamiento, en la medida en que el escenario principal no se abriría hasta el viernes. Era un día para hacerse a las instalaciones y meterse de lleno en la dinámica festival. Todo muy cómodo, mucho espacio, ninguna sensación de agobio y facilidad para acceder a los escenarios y colocarse tan adelante como se quisiera. Esta es una tónica que se mantuvo durante todo el festival y que, al parecer, fue algo premeditado por parte de la organización. Así que, chapeau.

Empezamos con Maika Makowsky, a la que pudimos ver en el escenario azul ante un público perezoso que empezaba a llegar a las instalaciones. Mucho mejor la oportunidad brindada por Sol Música un poquito despúes, cuando auspiciaba en su pequeña carpa un showcase de 20 minutos para un público reducidísimo que disfrutó de esa posibilidad que es tener a un grupo tocando para ti a un palmo de distancia. Ello a pesar de que los sosainas de The Pains of Being Pure at Heart (decepcionantes, muy flojos) estaban tocando en el escenario azul y se solapaba su sonido... ¡hasta que se fue la luz en el recinto! (uno de los pocos puntos negros de la organización; ocurrió varias veces en el escenario azul, aunque hay que decir que siempre se solventó bastante rápido).


Pero, antes de todo esto, ya habíamos vivido uno de los grandes momentos del festival gracias a un artista con mayúsculas cuya inclusión en el cartel me había provocado tanta estupefacción (por aquello de que no encajaba demasiado, aparentemente) como alborozo: Eli "paperboy" Reed. Un lujazo poder verlo en directo junto con su banda, los True Loves, insuflando un poco de soul y música en estado puro, cruda, a tanto moderno. ¡Y vaya si lo hizo! Comenzó enfrentándose a un público frío que se acercaba a él con indiferencia (salvo una minoría) para acabar logrando poner en movimiento a todo el personal transitando por unos ritmos que saltaban del rock 'n roll (muy roll) al funky, pasando por supuesto por ese soul de espectacular voz blanca que no se dio una sóla concesión y que fue arropado a la perfección por esa engrasadísima formación que son los True Loves, una banda sensacional. He leído por ahí que Reed sería un digno heredero de James Brown. No me suena exagerado. Talento y profesionalidad como la copa de un pino puestos sobre la mesa (bueno, el escenario) en vísperas del fallecimiento de su antítesis, Amy Winehouse.


La primera jornada la acabamos con los granadinos Lori Meyers (mientras en el escenario pequeño, el Stereo, Vinilla Von Bismarck and the Lucky Dados ponían a bailar a muchos lowers al ritmazo de su rockabilly), que recalaban con su larguísima y exitosa gira en este caladero para cosechar un éxito más como si nada. Porque los conciertos parece que ya les salen sólos, y cuentan con un público muy amplio que se sabe de memoria una gran parte de sus canciones... ¡parecen los Love of Lesbian de esta temporada de tanto como han tocado!

Tras ellos les llegaba el turno a Fangoria. No soporto al personaje de Alaska ni a Olvido Gara ni a la conjunción de ambos, cada día menos. Y cuando son la santísima trinidad, Mario Vaquerizo mediante, menos. Así que dadas nuestras fobias, las siete horas de coche que nos costó llegar a la capital hortera de este país, el consiguiente cansancio acumulado y la aparición estelar de esta señora reina del cinismo kitsch, nos retiramos a nuestros aposentos. Una pena por Supersubmarina, que tocaban justo después.

¡Segundo día!

El segundo día se abrían las puertas del escenario grande, localizado dentro del "estadio" de fútbol (llamar estadio a eso, bueno...), muy cerca de los otros dos escenarios (por cierto, el sonido -bastante bueno en general- no se montaba de un escenario a otro pese a lo que temía, eso sí, pagando el peaje de unos decibelios de más para mi gusto). Y los que tuvieron el honor de hacerlo fueron Sidonie, aunque a lo largo del concierto no dejaron de presentarse como El Fluido García... veremos en qué queda el asunto. El suyo fue un concierto correcto, sin más. No es que estuviera mal, que no fue el caso, pero me esperaba mucho más, dado todo lo que había oído sobre sus bolos (que de divertidos rayaban lo salvaje). Hay que decir que estos chicos estuvieron muy formalitos, tocando temas no sólo de "El incendio", sino también de trabajos anteriores e, incluso, estrenando una nueva canción del futuro disco, según ellos de psicodelia.


Solapándose con el final de la actuación de Sidonie, habían comenzado su concierto en el escenario azul Dos Bandas y Un Destino o, lo que es lo mismo, la conjunción de Los Coronas y Arizona Baby. ¿Que cómo casan el rock n' roll surfero de unos con los sonidos western de los otros? ¡Madre mía qué buenos son! ¡Cómo se complementan! ¡Qué bien suenan juntos! Y qué divertidos son sus conciertos. Un bombazo de adrenalina musical. Merecen muchísimo la pena. Buen sonido, buena música, buen rollo... Y mejor rock! Volveré a verles, seguro. Más ahora que su apuesta se consolida, ya que anunciaron en el Lowcost que están preparando un disco juntos.

Y si el día anterior habíamos tenido la posibilidad de ver de muy cerca a Maika Makowsky gracias a los showcase organizados por Sol Música, en este segundo día pudimos ver a Eric Fuentes acompañado por Bernat Sánchez y su teclado, de El Mal. Sabía poco de él antes del Lowcost (había escuchado algunas canciones incluidas en la típica lista de reproducción que me hice del festival) y, la verdad, es que me gustó bastante y que me quedé con ganas de ver algo más (no pudimos ver su concierto en el escenario stereo el día antes), y más cañero. Apuntado queda como uno de los descubrimientos del festival.


Pero el plato fuerte evidente del día (y del festival) era Vetusta Morla (antes tocaron en el escenario azul Delafe y las flores azules, que en directo suenas menos petardos que enlatados, y aun tienen una pasada, pero siguen sin convencerme), que a las 23.30 h tomaban el escenario principal ante un aforo abarrotado. El grupo madrileño refleja perfectamente la evolución que ha sufrido la llamada música indie que, gracias a las nuevas tecnologías, internet especialmente, ha superado todas las barreras que existían en una industria musical acomodada y acostumbrada a vivir de los hits prefabricados y la radiofórmula (perdón por el alegato pero es que a quién se pretende engañar; jamas se ha escuchado tanta y tan variada música como ahora). Pues eso, que aparece un grupo curtido en mil pequeños escenarios con un disco bajo el brazo que ninguna discográfica cree digno de publicación. Los chicos autoeditan, aprovechan myspace, el boca-boca, los elogios de un lehendakari... Y lo demás no es más que la historia de la paradoja que lleva a un grupo indie a encabezar carteles de festivales y abarrotar conciertos multitudinarios en los que se corean todos y cada uno de sus temas. No sé lo que les hace grandes a estos chicos pero, desde luego, lo son.


Lo son porque después del discazo que representaba Un día en el mundo se han enfrentado al siempre complicado segundo trabajo con éxito, prosiguiendo su camino con Mapas, un album que cuanto más escucho, más me gusta. Hay quien critica que "es más de lo mismo", y creo que ése es el comentario más estúpido e injusto que puede hacerse. Yo no pido a una banda que se reinvente con cada nuevo disco, especialmente si lo que hacen funciona. Mapas supone la consolidación de un inconfundible "sonido vetusta" que se extiende por canciones (Los días raros, Boca en la tierra, El hombre del saco, la propia Mapas...) con unas letras crípticas y complejas que son tan buenas (o mejores) como las del primer disco. Pero hablemos del concierto, que no soy quien para defender nada (sobre todo cuando su trabajo habla por sí mismo).

 Momento del concierto de Vetusta Morla

El concierto de Vetusta fue uno de los más intensos de todo el festival, con un grupo que se exprimió al 100% encima del escenario, especialmente el pobre Pucho, que no paró de moverse ni un segundo. Nosotros lo vimos muy adelante, en cuarta o quinta fila, lo cual es una gozada por cómo y cuánto se disfruta, pero que lleva aparejados ciertos contratiempos. El fundamental, el sonido. Salí con la sensación de que el sonido fue bastante pobre. Malo. Fue el único concierto en el que me pasó (por cierto, en línes generales, me gustó más el sonido del escenario azul). No he leído que nadie más se queje, así que no sé si fue una cosa puntual que nos ocurrió a los que estábamos allí adelante, los que más sufrimos el "fenómeno karaoke" de Vetusta Morla. Como decía, un grupo indie que llena estadios, atrae a mogollón de adolescentes y con el que todo el mundo se sabe y berrea (me incluyo) hasta la última coma de la última canción del setlist (al carajo las etiquetas). ¿No se oía mejor porque falló la configuración previa de sonido -otros grupos en la misma zona sonaban bien- o porque miles de gargantas silenciábamos a la banda? Gran espinita del festival. Hay que volver a verlos.

Y para finalizar la jornada subía al escenario el principal reclamo internacional del cartel: Mika. El artista de origen libanes llegó a Benidorm, tal y como el mismo explicó en un castellano más que correcto, apenas 25 minutos antes de que empezara el concierto. Pero quién lo diría. Salió puntual, el sonido funcionaba perfectamente y ofreció un show dinámico y divertido, desgranando todos sus éxitos y sin dejar de bailotear y saltar ni un momento. Pero, en cualquier caso, fue un concierto correcto que dejaba bien a las claras que, no importa lo que dijeran los carteles, este festival seguía siendo el de las bandas nacionales, auténticas triunfadoras. No es chauvinismo musical. Vetusta, LOL, Lori Meyers, Standstill, Sidonie... Pura realidad. Nosotros lo vimos cómodamente sentaditos en la grada, que VM nos habían dejado exhaustos.

Mika recién salido al escenario

¡Tercer día!

El último día lo comenzamos perezosos, disfrutando por última vez de la zona chill out frente al escenario azul, en el que tocaba Maga. Nos pondríamos en movimiento para ver el showcase de L.A. en la carpa de Sol Música. Lluis Albert en formato acústico, para compensar que no íbamos a poder ver su concierto posterior entero.


Los culpables de tal terrible decisión no eran otros que los suecos de Mando Diao y su rock garagero. Puntuales a su cita aparecieron estos crápulas para poner a bailar al personal durante la hora y veinte que duró su concierto, duración perfecta para que este grupo diera de sí todo lo que tiene, tocando todos sus grandes temas: empezando por God knows, Sheepdog y The Band para llegar al éxtasis colectivo final de Dance with Somebody, después de haber pasado por Mr. Moon, Long Before Rock 'n Roll o Gloria.

Setlist del concierto de Mando Diao (Dalama fue utilizada como intro en versión piano y, además, versionaron Leave Me Be de The Zombies antes de atacar Dance with Somebody)


Mentiría si dijera que no me lo pasé como un enano en su concierto, bailando, cantando y saltando como el que más, porque éste es un grupo que me encanta. Si bien es cierto que prefiero su versión más guitarrera, menos unplugged. Y es que esta era la gira de su disco para la MTV, por lo que su sonido era más de sala de estar (lámparas y cuarteto de cuerda incluidos) que de garaje. Teniendo en cuenta la sudada con la que acabé, no puedo imaginarme cómo sería el asunto con un bolo rockero 100%...

Tras Mando Diao se subían al escenario principal Santi Balmes & cia... Love of Lesbian. Y lo hacían para interpretar un setlist plenamente 2.0, en el sentido de que había sido previamente votado por el respetable a través de myspace. Así que la cosa empezó fuerte, con el Club de fans de John Boy haciendo saltar a miles de fieles ataviados con la camiseta de susodicho sujeto, ¿alter ego artístico de la banda? Porque lo cierto es que después de verlos en concierto, irremediablemente te conviertes en otro fan más de LOL, si es que no lo eras ya.

LOL satisfaciendo fieles.

De eso ya dimos fe en este blog hace unos meses, después de su memorable último concierto en Valladolid. Sigo sosteniendo que aquél fue el concierto en el que mejor me lo he pasado. No pretendía que éste del Lowcost, en un estadio, de proporciones mucho mayores, fuera igual. Aunque sin duda estuvo a la altura. Porque LOL siempre lo están, dándolo todo, tratando de conseguir que la gente se lo pase verdaderamente bien. Y con canciones como Allí donde solíamos gritar, Noches reversibles, Incendios de nieve, La niña imantada... no es difícil. Está claro que lo consiguen porque lo que ellos acumulan no son seguidores o fans. Son auténtico fieles que llenan estas ceremonias de diversión, buena música y mejor rollo, oficiadas por Santi, que son sus conciertos. A Valladolid volverán en abril del próximo año... y ya tenenmos entradas.


Pantalla anunciando el grupo instantes antes de inciarse el concierto.

Al igual que nos ocurría con LOL, a Standstill ya les habíamos visto el pasado invierno a su paso por Valladolid. Pero mientras que en enero habíamos sido testigos del intimista espectáculo del "Rooom", la propuesta de los catalanes en este Lowcost era algo más "convencional" (estos tios de convencionales tienen poco), un concierto de corte más clásico en el que la banda atacaría temas no sólo del "Adelante Bonaparte", sino también de "Viva la guerra"; el público estaríamos de pie y podríamos corear y bailar a gusto todas y cada una de las canciones... Y, joder, qué diferente puede sonar una canción en uno y otro contexto ("Morireis todos los jóvenes", por ejemplo).

Enric Montefusco en un momento del concierto.

Qué puñado de músicos tan buenos son esta gente, y menudas canciones arrastran en la mochila, susceptibles de ponerle a uno los pelos de punta en un auditorio o de volverle loco bailando rozando el hardcore (quién me lo iba a decir). Me gusta mucho Standstill. Porque me gusta su música, sus canciones, sus letras... Pero sobre todo porque les encuentro como una propuesta diferente y con un discurso propio que, además, son estimulantes. Van calando y su público, poco a poco, creo que vamos en aumento. Aunque me encantaría que tuvieran mayor repercusión. También se pasarán de nuevo por Valladolid, en febrero. Y también, sí, tenemos ya entradas. Adelante Standstill.


Colofón perfecto para tres días de un festival de nota en el que, si se repite la tónica de este año, nosotros también repetiremos. Viva la música en directo.

AF. (Apunte Friki): En Standstill, el que toca el bajo es Ricky Falkner (que a mi se me parece bastante a Juan López de Uralde, Juantxo, cara visible de Equo, por cierto), auténtica referencia de la escena indie nacional.

miércoles, 20 de julio de 2011

Rock Werchter 2011 (III)

Tercer día!

Y llega el sábado, el día grande, el día de Coldplay. Incluso el tiempo parece que acompaña. Hay que estar preparados para darlo todo, así que no vemos a The Gaslight Anthem (¡sólo a estos belgas se les ocurre programarlos a las tres de la tarde!) y, ya puestos, podemos prescindir del pop blandito, melódico y molón de Bruno Mars (don't feel like doing nothing). Elbow, PJ Harvey y Portishead son material más que suficiente para dejarnos listos para Chris y sus chicos... o eso creía. Madre mía. Esta parte del programa estaba bien hilada, porque desde luego existe un hilo conductor entre los tres grupos: ¡qué aburrimiento! ¡Bienvenidos al festival chill out!

Encuentro a Elbow una banda totalmente sobrevalorada con un estilo tremendamente grandilocuente. PJ Harvey por su parte, bueno, tiene algunos temas interesantes y un estilo ciertamente propio (y eso que no es la única excéntrica en el mundo de la música) que me despierta curiosidad. Pero de ahí a disfrutar un concierto enterito de esta mujer que parece recién salida de una pesadilla surrealista new age, hay un trecho.

 PJ Harvey a lo suyo (Rock Werchter bands gallery)

Y qué decir de Portishead. He leído por ahí algo así como que este grupo hace hoy la música que sonará dentro de 50 años... lo que se traduce como un "son unos incomprendidos"; o un "si no te gustan es que no eres lo suficientemente guay". Recuerdo lo interesante que me resultó su disco Roseland NYC Live, con la filarmónica de Nueva York. Un trabajo altamente sugerente que merece mucho la pena. El problema del concierto de Portishead, para mi, es que no son un grupo de festival (aunque pasen el verano de bolo en bolo). Su música no encaja para ser interpretada al aire libre en un gran espacio abierto y ante decenas de miles de personas. Precisamente por ese caracter intimista y un punto angustioso de su música, que encontraría un acomodo bastante más propicio en un teatro o auditorio, pienso. Aunque seguramente el montón de fumados que disfrutaron la actuación en estado catártico piensan de otra forma.
Beth Gibbons y su angustia mística (© cuttingedge.be - Katrin Peeters)

Pero por fin llegaron las 23.30 h (por cierto, qué puntualidad británica la del festival), se apagan las luces, el escenario se llena de humo y suenan (subidón) los acordes del tema principal de la banda sonora de Regreso al Futuro (antes había sonado Jungleland, en lo que yo quise ver un inequívoco homenaje al reciente y tristemente fallecido Clarence Clemmons), con los que Coldplay saltaba por fin al escenario.

 Coldaplay en modo yellow

Una de las ventajas de un festival es que mucha gente va más por el ambiente que por la música, o están tan pasados/cansados que conseguir una buena ubicación es algo relativamente fácil, a diferencia del típico concierto en España, en el que casi tienes que dormir el día antes a las puertas del estadio de turno. Así que nos colocamos en una buena ubicación justo por detrás del pit (la experiencia con KOL fue más que suficiente, con un agobiante acceso y una sobremasificación dentro) para disfrutar del concierto como se merecía... ¡que eran los Coldplay!

No voy a decir que no lo pasara bien, que lo pasé. Pero, no sé si mis expectativas eran elevadísimas, lo cierto es que me dejaron bastante frío (so cold, so cold!). Quizá sea porque junto a temazos clásicos (Yellow, In my place, The Scientist, Shiver, Violet Hill...) intercalaban castañas (por lo menos de entrada me lo parecen... me pasó también con Viva la vida, he de reconocer) del que será su quinto album de estudio, como Hurts like heaven, Major Minus o Us against the world. Y no debo ser el único cuando Chris, al presentar Charlie Brown, prometió que esa sí nos gustaría... ¡pero va a ser que no!



No fue un montaje espectacular y acongojante, como el que lían U2 y que puede justificar por sí mismo ir a verles, pero sí que estaba sobrado de aderezos (fuegos artificales de andar por casa, maripositas de papel lanzadas al aire, balones de colores sobre el público...), lo que para mi no es más que una forma de compensar el aspecto musical. Pobretón. En el sentido de que me sonaban igual que si me pongo el CD en mi casa (bueno, peor, para ser sinceros). Es verdad que Chris Martin tiene la voz que tiene y que Coldplay es lo que es. Ni más ni menos. En ese sentido, ninguna sorpresa. Y creo que ese fue el problema (más allá de mis expectativas), que un concierto tiene que ser algo diferente a una audición de un CD, especial, distinta...

A ello se unen el blandito de Chris, su "carisma" y, para mi gusto, exceso de protagonismo; y una edulcorada puesta en escena en la que queda patente que para estos chicos, efectivamente y aunque no la tocaran, Life is in technicolor, ya que han pintado en multitonos pastel y fosforitos hasta los pobres instrumentos.

Conclusión: sí, lo pasé bien; sí, tienen un montón de hits que les han convertido en el fenómeno que son; pero, sí, esperaba mucho más precisamente por ese nivel. Por cierto, a mi Every teardrop is a waterfall (con su sampleado de ritmo de la noche y todo, sí, qué pasa) me parece una genialidad para acabar los conciertos. El mejor momento de la noche, junto con el coro de "oes" para el Viva la vida.




Cuarto día!

Llega el último y el final está próximo pero... ¡menudo pedazo de cartel nos queda por delante! Encima el tiempo acompaña muchísimo y disfrutamos del mejor día de festival en este sentido.

Empezamos con Kasabian, grupo inglés al que tenía muchas ganas de ver dado que me gustan bastante. Y no es para menos, con grandes temas acumulados en su breve carrera (Fire, Underdog, Club foot, LSF...), pero... qué decepción. En directo son flojísimos.

Les seguían en el escenario otros compatriotas, los Kaiser Chiefs, grupo muy curtido que persigue (con poco éxito) volver a dar el pelotazo con un trabajo que les lleve a las cotas de sus dos primeros discos. Su último album, The future is medieval, les confirma eso, un futuro más bien gris. En directo entretienen y ponen al personal en movimiento... pero su actuación no perdura.

¡Cambio de escenario! Vamos a ver a Brandon Flowers (sacrificando a Nick Cave y sus Grinderman, snif, snif) a la pirámide, a ver qué tal se vive un concierto allí y a ver qué tal vuela Brandon sin los Killers porque, para que vamos a engañarnos, Flamingo, el divertimento en solitario de este chico es un disco tirando a mediocre en el que su primer y mejor single, Crossfire, no aspiraría a ser nada más que un descarte de un album de The Killers. Sin embargo, éste fue uno de los conciertos más divertidos que vivimos en el Werchter 2011.

 Brandon "a lo crooner"

Por un lado, la pirámide es un escenario tan pequeño que es fácil sentirse muy involucrado en el concierto, al estar encima del escenario. Por otro, 45 minutos son tan poco tiempo que no da tiempo a aburrirse si el que está arriba "se lo curra". Y Brandon lo hizo. Está claro que su aventura en solitario es un divertimento. Este chico tiene una grandísima voz de crooner que desató para interpretar de inicio, con el único acompañamiento de una guitarra acústica, ese Welcome to Fabulous Las Vegas, y atacar de manera inmediata Crossfire.


Es decir, a la segunda canción ya había gastado toda la pólvora. Pero no. En un divertimento de 45 minutos te puedes permitir eso, hacer una versión de Bette Davis Eyes o poner a todo el mundo a saltar como locos (parecía que se fuera a hundir la pirámide) con Read My Mind y una versión genial de Mr. Brightside mientras Fergie, de los Black Eyed Peas, se asoma desde un lateral del escenario. Nota mental: no hay que perderse un concierto de la próxima gira de The Killers.


Y tras Brandon Flowers, llegaba el momento de la banda de hombres barbudos y camisas de cuadros llegados de Seattle: Fleet Foxes. Uno de los momentos más esperados del festival para muchos. Su actuación, en principio prevista con una hora de duración, fue ampliada en 15 minutos más (a costa del bueno de Brandon), respondiendo a la expectación levantada (su posición en el cartel fue ascendiendo peldaños día a día). Y no defraudaron. En esa hora y cuarto desplegaron toda su magia de armonías vocales, guitarras, piano, percusión, cuerda, viento... Lo de estos chicos es folk, es soul, es gospel, es country, es blues... es la maldita quintaesencia de la música. Es transportarte a otro estadio de realidad. Bucólico, complejo y lejano, como esa portada de su primer disco que recuerda, precisamente, a las tablas de la edad dorada de la pintura flamenca.

No puedo esperar a volver a verles pero, esta vez, en un escenario más propicio. Un teatro, un auditorio, un templo... cualquier sitio con una acústica digna de la música, voces y arreglos de estos locos que beben té entre canción y canción y parecen salidos de un festival sesentero.

 Sim Sala Bim

Sólo un apunte. El público de por ahí arriba, comparado con el español, es extremadamente frío. Durante hora y cuarto bajo esa carpa se desató la locura. Mejor, el éxtasis. Se pusieron los pelos de punta de cientos de personas. A pesar del sonido. Los aplausos y vítores se alargaban. Lo nunca visto. Ni los barbudos podían creerlo. Yo, la verdad, tampoco me creía lo que escuchaba. Música para el espíritu.


Salimos de la pirámide montados en la nube en la que nos habían dejado estos chicos y corremos hacia el main stage para ver en directo a una de las grandes leyendas de la música: Iron Maiden. La marea de camisetas negras que ese día inundaban el recinto dejaban bien claro de quién era el día. Suyo. Por derecho propio. Quién más podía vanagloriarse sobre el escenario de más de treinta años de carrera a sus espaldas, decenas de éxitos, millones de seguidores y varias giras mundiales. Quiénes más presentaban como trabajo más reciente un disco recopilatorio de tanto y tan bueno. Quiénes iban a ser los únicos que tenían progranado un concierto con una duración que superaba las dos horas. Sólo ellos, sólo los Maiden.

 Tinglado de los Maiden en el main stage

Al escenario del Werchter trajeron toda su parafernalia (Eddie incluido), el equivalente al montaje de una ópera en el rock. Perdón, en el heavy metal. Y con ello trajeron toda su mística y su épica, que es mucha. Qué espectaculo ver a estos sexagenarios moverse y disfrutar de lo que hacen como si fuera el primer día. Y lo que hacen es una pasada, es apoteosis musical, es puro virtuosismo. Especialmente el de sus tres guitarras, midiéndose unos frente a otros, retándose, melena al viento, en solos eternos e imposibles.

Noche de símbolos (espectros en camisetas y en el fondo de escenario), de lugares comunes (el negro, claro), de mensajes de hermandad (entonados por un Bruce Dickinson espectacular e inagotable maestro de ceremonías), de banderas al viento y de auténticos himnos que trascienden generaciones: Fear of the Dark, The number of the Beast, When the wild wind blows, Blood brothers...


Después de todo esto, que Black Eyed Peas cerrara el festival (eso sí, tras la sesión de A-Trak, especie de DJ cañero, momento que aprovechamos para comer algo y reponer fuerzas) es sólo una anécdota que contar. Unos días después actuaron en el Calderón ante miles de incautos que se dejaron la pasta por escuchar los gorgoritos de Fergie y la voz sintetizada de sus tres comparsas, con un espectáculo de luz y sonido bastante penoso que distaba mucho de aquello de "convertir en una discoteca" el recinto.

Chou de Black Eyed Peas

Creo que son un producto genial para el tinglado del halftime de la superbowl, para sus flashmobs con Oprah, o para calzar el I gotta feeling en toda boda que se precie. Pero nada más.

Punto final a una experiencia brutal a lo largo de cuatro días que no importaría repetir. ¿Quizá un Glastonbury al año que viene? De momento, próxima parada el Lowcost Festival patrio. Seguiremos informando.


martes, 19 de julio de 2011

Rock Werchter 2011 (II)

Si en el post anteior hablaba de las sensaciones que despierta el asistir a un acontecimiento tan grande en todos los aspectos, ahora me centraré en comentar lo fundamental, ¿no? ¡La música!


El cartel de este año probablemente no sea el mejor de la historia, pero teniendo en cuenta las bandas girando este verano y comparándolo con otros grandes festivales, hay que rendirse a la evidencia: es un cartel brutal. No están los Arcade Fire, como en el FIB, pero es que ya fueron cabeza de cartel el año pasado. Y tampoco pretendo que se pasen por aquí unos U2 que sólo aparcan su faraónica araña para cumplir con Glastonbury.

Eso sí, el cartel hay que reconocer que es un carajal. Porque, ¿qué pintan los Iron Maiden tocando en el mismo escenario en el que un par de horas después se subirán los Black Eyed Peas? El diseño no sigue ningún patrón lógico y cada día, si hay algo que se repite, es la heterogeneidad. Es muy difícil que te guste todo lo que va. Ni siquiera un ochenta por ciento. Tiene que gustarte la música. Y saber que la música en directo es otro estadio, es otro nivel, algo único. Y que, bueno, un festival tan multitudinario también ofrece algo diferente.

A priori, ¿qué quería ver? Demasiadas cosas. Muchos grupos, algunos que se solapaban sobre los escenarios, y con unos horarios demenciales (mi cuerpo serrano no aguanta de dos de la tarde a dos de la mañana... y no íbamos supervitaminados como algunos). Así que a seleccionar y reservarse para la tarde-noche.

Primer día!

Del primer día destacar a Linkin Park, ejemplo paradigmático de grupo al que no iría a ver expresamente a un concierto (el rap/hiphopero-metal no es lo que más me va) pero que, teniendo la oportunidad así, merece la pena. Muy divertidos, muy potentes, muy bailables (In the end o Numb son unos temazos). Lo que hacen, lo hacen muy bien así que, geniales para empezar con fuerza los días de festival.


Una lástima habernos perdido a Seasick Steve o a The Hives (no habíamos ni aterrizado aun). Y también me queda la espinita de Queens of the Stone Age, a los que llegamos justo al final (Eels tenían similar franja horaria, pero encima en la pirámide...imposible). En cambio, perderse a Beady Eye (solapados con Linkin Park), un acierto. El amigo Gallagher (Liam) lidera un "post-Oasis quiero y no puedo" que debe resultar en concierto cansino hasta lo exasperante. Falta su hermano Noel, y eso se nota.

Segundo día!

Llegan las cosas importantes. Empezamos por White Lies, banda británica de indie rock con un regusto a aquélla electrónica ochentera en la que Depeche Mode encontró su personal filón. Se presentaron en España hace unos meses, para alegría de muchos. A pesar de que tienen varios temas buenos (Bigger than us, To lose my life), con pretensiones épicas sustentadas fundamentalmente sobre la voz de Harry McVeigh y los teclados de Tommy Bown, a mi no terminan de convencerme para ser algo más que un grupo telonero o del que incluir dos o tres temas en mis listas de reproducción. Además, en concierto sufren el lastre de la absoluta falta de carisma de Harry, y ya llevan un tiempo rodando...

 Harry McVeigh derrochando carisma (White Lies by proximusgoformusic on Flickr)

Tras los británicos se plantaron sobre el escenario principal los norteamericanos The National, banda a la que venía siguiendo la pista desde su inclusión en el cartel. Su album Boxer fue muy bien recibido por la crítica gracias a temas como Fake Empire, y el último trabajo que han publicado, High Violet, es para mi uno de los mejores discos que he escuchado en los últimos meses (Terrible love, Bloodbuzz Ohio, Sorrow, Afraid of everyone...). Me recuerdan (mis disculpas a los puristas) a una versión oscura de Wilco. Puñado de músicos solventes, con un batería (Bryan Devendorf) y un guitarra (Bryce Dessner) sobresalientes a los que se suma la voz de barítono de Matt Berninger para ir domesticando esas letras tan crípticas y oscuras que transitan por unos sonidos que van del post-punk al rock. Y si antes hablábamos de carisma, bueno, a estos chicos, Matt especialmente, les sobra.

Matt en acción (Werchter bands gallery)

En concierto son sensacionales, no sólo suenan muy bien, acoplados, transmitiendo, sino que además te hacen sentir eso de que un concierto es algo único, una representación especial de las canciones de un disco que en tu casa puedes oir una y otra vez y saberte de pé a pá, pero que en directo suenan diferentes. El clímax del concierto, al final, con la distorsión guitarrera y los cambios de ritmo de batería del Terrible Love, y Matt con el micrófono bajando del escenario y saltando las vallas de seguridad para meterse entre el público y berrear eso de "It takes an ocean not to break". Para mi, sin duda, uno de los grandes momentos del Werchter 2011.

Tras la apoteosis final de The National, llegaban estos pipiolos de Sheffield que tienen revolucionado el brit pop desde hace unos añitos ya: los Artic Monkeys. Se iban a encargar de desgranar fundamentalmente su último y reciente trabajo, Suck it and see. Vaya dicho que yo no soy fan del grupo, pero hay que reconocer que tienen un oficio increíble y que la fama de sus directos no desmerece. No habían sonado más que Libray Pictures, Brianstorm y This house is a circus y ya habíamos bailado más que en todo el festival hasta ese momento, gracias a su enérgico guitarreo. ¡Lástima que anduvimos más pendientes de estar bien colocados para poder acceder al pit en el siguiente concierto que de estos indolentes monos!

Y es que los que seguían a los británicos no eran otros que Kings of Leon, uno de los grandes atractivos del cartel. Los de Nashville son una banda que me encanta, con un rock potentísimo de un indudable sabor sureño que les enlaza con los sonidos del último country. Aunque es verdad que el Come Around Sundown no alcanza las cotas de Because of the Times y, sobre todo, Only by the night. Lo cual se notaba, y mucho, en la respuesta de la gente; Caleb Followill, el vocalista, entrada la recta final del concierto, anunciaba que iban a tocar unas cuantas canciones de esos discos (todavía faltaban temazos como Knocked up, Use somebody o Sex on Fire), para regocijo del personal y añadía con un punto chulesco (con la cazadora de aviador que el tio llevaba calzada bajo tanto foco, podía permitírselo) ante tanta algarabía "we don't have to... but we want to!".

 KOL durante su actuación desde donde estábamos

Comunión absoluta con un público muy entregado que disfrutó de un espectáculo muy solvente, pleno de vatios de luz y sonido y con un montaje de video limitado a retransmitir en las pantallas gigantes lo bien que tocan estos chicos, cómo han encontrado su via al mainstream del público con un sonido que se define así: potente. Como su batería, sus guitarras o la tremenda voz rota de Caleb.




Setlist de Kings of Leon en Spotify
Setlist de The National en Spotify


Rock Werchter 2011 (I)

lunes, 18 de julio de 2011

Rock Werchter 2011 (I)

Este verano he tenido la oportunidad de asistir a mi primer gran festival de música: el Rock Werchter 2011. Se trata de una de las grandes citas veraniegas a nivel europeo, tanto por tamaño como por calidad del cartel (probablemente, después de Glastonbury, el más completo, que me perdonen alemanes y fibers). Tras más de tres décadas de andadura, el Rock Werchter reúne cada año en las inmediaciones de esta pequeña localidad belga a decenas de miles de personas dispuestas a ver un buen puñado de conciertos durante un largo fin de semana.


Este post va a dividirse, en realidad, en dos (o los que se tercien, quién sabe). En este primero comentaré lo que me pareció el festival desde un punto de vista más bien funcional (qué supone eso de irse de festival) y dejaré para el siguiente comentar el tema musical.

Como decía, éste era mi primer festival, con lo que a muchas cosas respondía como un niño pequeño que va al parque de atracciones por primera vez: con los ojos abiertos como platos y con la boca entonando un continuo "ohhhhhh". Y es que todo este tinglado tiene unas dimensiones mastodónticas, un colorido brutal, un ambiente permanente de fiesta...


Pero vayamos al grano. Qué es lo primero que hay que hacer para asistir a un festival como el Werchter (al margen de poner tu destino en manos de Ryanair y sus amables empleados para que te lleven a ti y tu maleta no facturada a buen puerto, Charleroi, en este caso). Pues, en primer lugar... ¡preparar el pastón que vale el abono para todos los días! Está claro que no lo regalan (200 €), pero teniendo en cuenta el precio que alcanzan hoy las entradas para ver un concierto de grupos "cabeza de cartel" y nivel medio, sale más que a cuenta. Al margen de que siempre tienes la posibilidad de escuchar nuevos grupos. O grupos a los que, en principio, no irías a ver tocar. Y una vez que tenemos el abono... hay que canjearlo por las típicas pulseritas que te abrirán las puertas del recinto durante los cuatro días (eso sí, estas pulseras no son las del todo incluido; hay que llevar la cartera bien alimentada para pagar las cervecitas).

Y es que, como decía, esto tiene mucho de parque de atracciones... de los de ahora, esos que te hacen pasar por caja cada vez que quieres echarte algo con lo que refrescar el gaznate (salvo que lo colaras en una mochila ya que, a priori, te dejan meter alguna cosa, incluso comida, aunque todo dependía del día y de la arbitrariedad del control de entrada). La logística para hacerse con algo de comida (delicatessen de talla gastronómica como la pizza congelada de champiñones, bocatas de pan con un tranchete dentro, fideos chungos vietnamitas, spaguettis chungos -¿italianos?-...) o bebida (la cerveza del patrocinador de turno) pasaba por comprar unos bonos con los que luego pagar las viandas (2,5€/bono; 1 bono = birra; 2 bonos = bocata de tranchete; 4 bonos = paella chunga... y asín sucesivamente ).

Y, claro, tanto comer y, sobre todo, beber, provoca que el organismo trabaje y siempre llegue ese momento en el que te preguntes "¿dónde estarán los baños en este sitio? ¿los tiene?". Pues sí, los tiene. En las cuatro esquinas del recinto, bajo el claro indicativo "WC". Decenas de cabinas de esas que ves en las obras (o en los campos de refugiados). Sí, sí, letrinas de esas químicas. Toda una experiencia a última hora del día. Y eso que, por aquello de la funcionalidad, estaban habilitados también una especie de abrevaderos para que los chicos (aquellos que no optaban por rellenar su vaso de plástico) se aliviaran. Nos hacemos una idea suficiente, ¿no?

Ello debería dar que pensar, y mucho, a esas personas que se afanan por recoger del suelo todos los vasos de plástico posibles. Y es que por cada 20 vasos te daban una cerveza. Parece una clara estrategia win-win. El recogedor obtiene una birra gratis y el festival limpia un poco el estercolero en que se va convirtiendo el bucólico prado. Ahora entiendo por qué estos grandes festivales se afanan por lograr algún tipo de sello de respeto medioambiental. Al margen de lo que el acontecimiento pueda suponer en terminos de emisiones de CO2 y demás, el lugar en que se celebra el evento va a quedar bastante peor que si Atila y todos sus hunos hubieran pasado por encima cincuenta millones de veces.

Pero hablemos de las instalaciones para lo importante, la música. ¿Cómo de bien se disfrutan (cómo se ve, cómo se oye, cuánto se puede bailar) los conciertos de un Werchter? Bien, de entrada habría que señalar que el festival cuenta con dos escenarios: el main stage, donde tocan los cabezas de cartel y la pirámide, destinada a propuestas más minoritarias. Por lo que al escenario principal se refiere, todo serían cosas positivas. Tan grande como el de cualquier festival homólogo, y con dos gigantescas pantallas de video a los lados para no perder detalle de las actuaciones, aunque te encuentres al fondo (o aunque tengas delante un maromo de dos metros, que será fácil dado que a todos estos nórdicos se ve que les daban dos!). ¿Y el sonido? Para mi sorprendente, de una calidad, en términos generales, muy, muy alta. Teniendo en cuenta que estamos en un enorme espacio abierto y al aire libre. Cualquier concierto de estadio o pabellón en España ofrece una calidad de sonido peor, al margen de pasada de decibelios (en Werchter lo limitan a 103Db).


Por lo que a la pirámide se refiere, el tema es bien distinto. Se trata de un escenario pequeño, que se localiza bajo una carpa como la de los circos (si no estuviera cubierto, está tan cerca del escenario principal que se solaparía el sonido), lo cual plantea dos problemas evidentes. Por un lado la del aforo, muy, muy limitado (unas 2.500 personas, siendo generoso), de modo que o vas con tiempo o es difícil entrar. Y fuera no ves nada, aunque hay una pantalla gigante, pero no es lo mismo (y se oye fatal porque se solapa el sonido con el del escenario principal). Dentro, el sonido deja bastante que desear ya que hay que dar bastante potencia (para lo pequeño del recinto) para sobreponerse al main stage, y se producen muchas distorsiones por las propias características de la carpa. Una pena, porque es un escenario muy íntimo donde ves verdaderamente cerca a los artistas.

Finalmente, queda el tema logístico de dónde quedarse durante los días de festival. La opción clásica y evidente es allí mismo, en alguna de las macro zonas de camping habilitadas, junto con miles de festivaleros. Esta opción conlleva el tener espalda y ganas para dormir en una tienda de campaña con un clima que puede estar pasado por agua y que, en todo caso, es más bien fresquito por las noches. Y conlleva no tener un sentido de la higiene demasiado elevado, no ya por el tema de ducharse y los baños, que también, sino porque esas zonas normalmente son el plácido hogar de las vacas (estabuladas al lado durante el festival), sus chinches y demás fauna.

Si eres un festivalero de corte más bien burgués, probablemente prefieras optar por alquilar un apartamento o, directamente, ir a un hostal/hotel. El núcleo de población más propicio para ello sería, en principio, la universitario Leuven, que en verano cuenta con un amplio stock de habitaciones y apartamento vacíos. Aunque los propietarios aprovechan para hacer su agosto los días de festival. Así que, como para desplazarte al festival tendrás que usar coche (el bus funciona fatal, especialmente para volver por la noche) y Bélgica es tan pequeña (hay gente que iba y venía desde Holanda o Alemania) puedes ampliar el radio de acción. Una buena recomendación: Mechelen. Aunque ten en cuenta que el coche lo aparcarás en el parking (cuando digo parking me refiero a un prado gigantesco donde te cobran 15€ por dejar el coche durante los cuatro días) más alejado (A5), al venir por la carretera de Haacht, y eso son 20 minutos andando hasta el festival. Así que te puedes ahorrar los 15€ y dejarlo en el pueblo, si es que encuentras sitio, claro.

!Hala! ¡A disfrutar de festival en buena compañía!