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miércoles, 28 de marzo de 2012

Sidonie y su Fluido García en Valladolid.

El pasado sábado 24 de marzo, la Sala de Teatro Experimental del Miguel Delibes presentaba la mejor entrada de la temporada, hasta la fecha, para recibir al trío catalán Sidonie (Marc Ros, voz y guitarra; Jesús Senra, bajo; y Axel Pi, batería; a los que se suma en esta gira David. T. Ginzo, guitarra), que en esta ocasión se presentaban en Valladolid con El Fluido García como último trabajo bajo el brazo.

El título del disco está extraído de la novela de ciencia ficción de Enrique Gaspar y Rimbau El Anacronópete, en la que los personajes que viajan en el tiempo a través de una máquina al efecto, tienen que consumir el "fluido garcía" para evitar rejuvenecer al viajar hacia atrás en el tiempo, y burlar así la llamada paradoja del abuelo.

De modo que podemos considerar que la elección del título no es casual. Más bien al contrario, desde el mismo reivindican su trabajo y trayectoria, en la medida en que se han hartado de promocionarlo como una vuelta a la psicodelia de sus primeros discos, en clara contraposición a los ritmos más poperos de discos como Costa Azul o El Incendio de los que, en ningún caso, reniegan.

Ésta era la segunda vez que iba a ver a Sidonie en directo. La vez anterior fue el verano pasado, en el marco del Lowcost Festival y, la verdad, quedé un poco decepcionado. El concierto no fue todo lo divertido que yo esperaba, aunque también reconozco que las circunstancias no acompañaron: les tocó abrir el escenario principal, con lo que aun era de día y la gente todavía estaba empezando a llegar. Además, los conciertos festivaleros, ya se sabe, son un poco atropellados por la limitación de tiempo, sobre todo para los que no son los principales cabezas de cartel.

Pero en este caso la situación era mucho más propicia. Una sala de lujo; un público que sabía a lo que iba y que cuasi completaba el aforo; y una plaza, Valladolid, en la que ya habían "toreado" varias veces con rotundo éxito. De modo que sí, éste iba a ser un concierto muy distinto. Y cumplió con las expectativas de pasar un buen rato.

Aspecto de la sala antes de comenzar el concierto

Y por buen rato me refiero a casi dos horas de concierto, en las que Sidonie desgranó no sólo El Fluido García, sino también los grandes temas de trabajos anteriores que han contribuido a colocarles en la posición privilegiada que ocupan entre lo más granado de la escena musical nacional.

Ello sirvió para comprobar varias cosas. La primera y más importante es que con una carrera ya consolidada con tantos discos a sus espaldas, cuentan con un puñado de canciones bailables, pegadizas y de estribillo coreable, muy reconocibles, que abonan la sensación, a ratos, de que estos tipos son una máquina de fabricar singles. Como prueba, ahí está un setlist que da cabida por igual a Costa Azul, Fascinado, Un Día Más En La Vida, Los Olvidados o El Incendio.

A sus éxitos consolidados se unían los nuevos temas de El Fluido García, un disco irregular en su desarrollo, que combina temas de distinto nivel e intensidad (nada tienen que ver los reconocibles, en la medida en que han funcionado como tarjeta de presentación del álbum, El Bosque o A Mil Años Luz con El aullido o Bajo un cielo azul, por ejemplo), aunque es indudable que existe un cierto patrón o hilo conductor: esa pretensión de alcanzar el cacareado sonido psicodélico, que para mi se queda más en búsqueda.

Porque para mí (personalísima opinión) esos trallazos o ramalazos guitarreros con los que visten muchas de las nuevas canciones no me sirven para definirlas, ya que al final siguen teniendo más peso esas letras blanditas de estribillos repetitivos que caracterizan el pop elástico (y correctísimo) que les puso en el disparadero para una amplia audiencia, entre la que me encuentro. No obstante se agradece mucho el perfil que ofrecen estas nuevas canciones que, en todo caso, funcionan muy bien en directo. Cante Marc o cante Jesús (caso de La Huída), por cierto.

Con estos mimbres el concierto se desarrolló, nunca mejor dicho, fluido. Con un punto de inflexión clarísimo, bajando la intensidad al atacar El Aullido e irrumpir Marc entre el público arrastrado dentro de un carro de súper cantando a capella Giraluna.

Vídeo de Giraluna (alarido de Javi Vielba, presente entre el público, incluido, min. 0:28)

Se marcaba así una suerte de intermedio, que daba pie a una segunda parte del partido que arrancaba con Sidonie compartiendo escenario con Dehra Dun, grupo local que había ejercido las labores de telonero, para interpretar Sidonie Goes To Varanasi, de su primer disco.

Momento del concierto

Continuaría con un set acústico protagonizado por la interpretación de Bajo un cielo azul (de papel celofán), que presentaron (pomposamente, desde mi punto de vista) como una "ópera folk" que, sin embargo, más bien responde al patrón de un medley en el que pueden asomarse canciones como Sylvia. Confesos amantes de los Beatles, supongo que no resulta difícil encontrar aquí un abierto homenaje a los cuatro de Liverpool, reconocibles acordes del Blackbird incluidos. Para mi uno de los momentos álgidos del concierto (hace poco participaron en Los conciertos de Radio 3 y su interpretación de Bajo un cielo azul en Valladolid fue básicamente idéntica, así que dejo el video).

Bajo un cielo azul (de papel celofán) en Los Conciertos de Radio 3

Adalides de la pose del "sex, drugs & rock'n'roll", dieron muestra de un apetito más mundano al reconocer que tienen en Valladolid uno de sus templos gastronómicos personales (en concreto en el restaurante La Raíz que, por cierto, gracias a ellos ya tengo anotado, porque ni me sonaba...). Lo cual suma un motivo más para que vuelvan de nuevo, vista la buena respuesta del público y su feeling con el grupo (Jesús Senra nos puntuó al final del concierto como dentro del "puto top five").

Final del concierto

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miércoles, 29 de febrero de 2012

Rufus Wainwright y la OSCYL: crónica del concierto irrepetible de un artista único.

El pasado sábado las puertas de la Sala Sinfónica del Auditorio Miguel Delibes se abrían para recibir uno de los acontecimientos musicales y artísticos de este año en Valladolid: el concierto de Rufus Wainwright junto con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL). Buena muestra de ello fue el lleno registrado y el hecho de que muchos de los espectadores venían de fuera de la ciudad (¡y del país!) para ser testigos de un espectáculo único que contribuye a poner en el mapa a nuestra ciudad (para el propio Rufus también, que confesaba que mientras volaba hacia aquí no tenía ni idea de dónde estaba una ciudad de la que nunca había oído hablar) y a resaltar el genial programa artístico al que se nos está acostumbrando desde este centro cultural.

Cartel del concierto

Rufus Wainwright es un artista único, un iconoclasta a su manera, un músico difícilmente clasificable a pesar de que se le pueda adjudicar fácilmente la etiqueta de songwriter. Indudablemente es un compositor notabilísimo, no sólo en lo que a las letras se refiere, sino a la música también, siendo plenamente aplicable a ambos aspectos el adjetivo de lírico. Y es que su trabajo rezuma lirismo. El concierto de Valladolid se presentaba bajo el título de "Classico Rufus", pero bien podría haberse titulado "Lírico Rufus".

El canadiense, un tipo especial proveniente de una familia de músicos y con una sensibilidad evidente, ha confesado en numerosas ocasiones la influencia que ha tenido en él la música clásica y, muy en particular, la ópera. Ello se respira en la discografía de un artista pop que, conocido por el gran público por su participación en varias bandas sonoras, ha llegado a escribir y producir su propia ópera.

Arrancaba la noche con una enérgica interpretación por parte de la OSCYL de Carnaval, Obertura Op. 92, de Dvorak, obra que fue escogida, en palabras del encargado de dirigir a la orquesta, Andrés Franco, "no sólo por las fechas, sino porque se trata de una obra muy vital y las canciones de Rufus hablan precisamente de eso, de la vida". Tras semejante presentación irrumpió sobre el escenario un Rufus dandy Wainwright, vestido con traje y chaleco gris, zapatos de doble hebilla, calcetines color turquesa, foulard al cuello y flor de tela en la solapa, al que se recibió como a un auténtico divo.

La primera parte del concierto tomaba tintes de recital, con la interpretación de cinco sonetos de William Shakespeare orquestados por el propio Wainwright, tres de los cuales aparecían en su último disco hasta la fecha, All Days Are Nights: Songs For Lulu (Sonet 43 -When Most I Wink-; Sonet 20 -A woman's face-; y Sonet 10 -For Shame-). Cinco movimientos interpretados por la orquesta para acompañar, para arropar, para envolver el intenso ejercicio de poética declamación, de canto, de homenaje de un bardo a otro bardo. Cinco movimientos entre los cuales no se aplaudió por expresa petición de Wainwright, lo que dotó a la actuación de una mayor profundidad, al no romperse la continuidad de la interpretación y favoreciendo su apreciación global. Qué belleza. Qué originalidad. Qué sensación única. El estruendo con que estalló el auditorio, aunque previsible, puso de relieve la fascinación con la que el público recibió semejante ejercicio de lirismo audaz.

Rufus y Andres Franco recibiendo la ovación del público tras la 1ª parte

La segunda parte del concierto se suponía que transcurriría por terrenos más desenfadados, más pop, con un Rufus menos hierático y que interactuaría con el público desde el primer momento, presentando cada una de las canciones y dejando comentarios y perlas varias por el camino (desde lo orgullosos que debíamos sentirnos por la formidable OSCYL a lo "guays" que somos en España por tener regulado el matrimonio homosexual). Empezaría sentado al piano, interpretando Vibrate, Little Sister y This Love Affair (al final se cayó del setlist previsto What Would I Ever Do With a Rose), temas que aunque ya contaban con unos interesantes arreglos en sus grabaciones originales, sin embargo nada tienen que ver con el nivel al que quedan elevados cuando son interpretados junto a una orquesta sinfónica.

Tras este bloque, Rufus volvía a colocarse de pie frente a una partitura para enfrentarse, valiente, a la interpretación de una parte de las Noches de Verano de Hector Berlioz, una de cuyas arias, confesó, es la más bella que ha escuchado jamás y que la primera vez que la oyó, estando al volante de su coche, la sensación fue tal que casi tiene un accidente. Reconoció que él no era ni pretendía ser un cantante de ópera. Sin embargo, qué valiente, abordó su particular homenaje al género y a esta obra haciendo gala de un ejercicio de modulación vocal asombroso. Espectacular. La suya no es una voz única, rica en registros y matices pero, sin embargo, es muy especial. Y, como digo, su capacidad de modularla es absolutamente brutal. Una maravilla.

Como broche final, el programa tenía previsto un último tramo que arrancaba con una OSCYL convertida en big band para interpretar el You Go to My Head, de Cole Porter, del que Rufus se declaró fan absoluto. Para mí aquí se alcanzó la cima del concierto, con una orquesta y un Wainwright absolutamente desmelenados transportándonos hasta el Nueva York de los cincuenta a ritmo desenfrenado.

Con las pulsaciones disparadas atacaron el clásico Over The Rainbow (extraído de su homenaje a Judy Garland), para concluir el programa oficial con un tema de Rufus perfecto para cerrar por sus arreglos: Oh What A World. Éxito absoluto, público puesto en pie y primer bis: Rufus sentado al piano interpreta su versión del inmortal Hallelujah de Cohen.


Video de Hallelujah

Éxito rotundo y algarabía general para forzar un bis más. Bis que representaría la gran sorpresa con la que rematar la velada: Rufus y la OSCYL interpretarían, de propina, el aria final de su ópera Prima Donna, recientemente estrenada en Nueva York con división de opiniones por parte de la crítica (Rufus aprovechó para dejar un sarcástico comentario a cuenta del repaso que le hicieron desde las páginas del New York Times).

Cerrada ovación con sabor a despedida a este artista valiente, sensible y único que, junto con la OSCYL, firmó, probablemente, una de las noches más memorables que se recuerdan en el Delibes. Tan prolongados y tan intensos fueron los aplausos que el canadiense no sólo se vio obligado a salir a saludar hasta en cuatro ocasiones sino que, ante la insistencia del respetable, se sentó de nuevo al piano para interpretar Poses, pedida por algunos desde la grada.

Video de Poses

Lo dicho: concierto irrepetible de un artista único.

Programa del concierto.


lunes, 27 de febrero de 2012

Erik Truffaz en Valladolid.

Desde este mes de febrero y hasta el próximo mes de mayo, recorrerán nuestro país cuatro de los nombres más importantes del jazz actual (Erik Truffaz, Joe Lovano, Robert Glasper y The Bad Plus), bajo la marca del festival Jazz In Blue 2012. Y entre las ciudades escala de estos músicos se encuentra Valladolid, que les da acogida en el Auditorio Miguel Delibes dentro del ciclo Delibes+ (cuya programación se encontraba ya cerrada el verano pasado).

En este contexto, el pasado viernes 17 Erik Truffaz se presentó en la Sala Experimental del Delibes ante una audiencia que cubría unas dos terceras partes del aforo (aprovecho para repetir una vez más que es una pena que el público no respalde de manera abrumadora iniciativas como esta pero, al mismo tiempo, reitero la paupérrima política de promoción y difusión desarrollada por los responsables de la gestión de la programación del Delibes). Lo hizo arropado por sus fieles: Marcello Giullani al bajo, Marc Erbetta a la batería y Benoît Corboz a los teclados. El Erik Truffaz Quartet.


El nombre de Erik Truffaz suele llevar asociada la etiqueta de "pope del electro-jazz". Pero, al margen de que absolutamente toda la música que pudimos disfrutar los presentes fue hecha en directo, sin recurrir a pregrabado alguno, la única cacharrería electrónica de que hicieron uso fueron las cajas de efectos inherentes a los teclados de Corboz (un hammond y un rhodes, que interecaló con un piano de cola) y el pedal para la sordina electrónica de la trompeta del propio Truffaz. Las mayores filigranas apoyadas en algún artilugio electrónico fueron los procesados de voz que realizaba Marc Erbetta, aplicándoles retardos y reiteraciones para crear un bucle con el que reforzar la base rítmica del tema, como hace en The Secret of the Dead Sea, tema que abre In Between y con el que también comenzaron el concierto.



Precisamente este disco, el último de la carrera de Truffaz, funcionó como hilo argumental del recital, sin perjuicio de que se recorrieran otros álbumes a través de temas como Trippin' the Lovelight Fantastic o Arroyo. Una hora y tres cuartos de jazz de altos vuelos, de fusión del clasicismo más minimalista (sin necesidad de visitar ningún estándar) que expiraba la trompeta de Truffaz en muchos de sus solos a la más fantástica de las fusiones con el rock o el funky.

Sobre el escenario Truffaz se comporta como una especie de adusto reverendo que conduce su homilía con la seguridad del que repite un sermón muy interiorizado con el paso de los años. Esta es mi verdad, este es mi camino, aquí esta la puerta que os muestro. Así la mirada persigue esa espigada figura que se encoge bajo la luz de los focos abrazada a una trompeta que escupe, certera, ora una confesión, ora un lamento. Una revelación. Que conmueve y convence.



Truffaz se sitúa en el centro del escenario, pero deambula por todo él cuando lo entiende necesario, para salirse del encuadre y ceder protagonismo a cualquiera de los tres excepcionales músicos que le acompañan (no puede destacarse a ninguno por encima de los otros, porque todos son sencillamente sensacionales; sus solos provocaban que el público rompiera con aplausos la ejecución de los temas en que irrumpían). Imposible no tratar de seguir el ritmo con los pies, con la cabeza, con un chasquido de lo dedos... incluso con palmas, promovidas por el propio Truffaz en la última pieza.

Protagonismo absoluto para la música, ese lenguaje universal (aunque algunos con un punto snob, como Ryuchi Sakamoto quien, por cierto, visitó Valladolid también hace sólo un par de meses, opinen lo contrario) basado en las sensaciones.  La que nos dejó el Erik Truffaz Quartet fue de plenitud, tras haber dejado bien patente el nivelazo del jazz hecho a este lado del Atlántico.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Rompiendo el silencio con Standstill.

Hola, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo!

Pongamos las cartas encima de la mesa y seamos sinceros: el del sábado pasado fue el tercer concierto de Standstill al que he asistido en un año. Premeditación. Alevosía. Sí, lo confieso: Standstill me encanta, es uno de mis grupos favoritos. Aunque no sacaré pecho diciendo que les conozco desde su etapa hardcore, ya que más bien soy un seguidor neófito.

Hace poco más de un año recalaban en Valladolid con el Rooom, espectáculo expresamente concebido para poner de largo su último disco, Adelante Bonaparte. Había oído hablar de ellos, del disco y del espectáculo, así que con las entradas en la mano empecé a escuchar a estos chicos. Y me gustaron. Su música, sus letras, la versatilidad de su estilo. Y su apuesta por hacer las cosas de manera distinta. El Rooom me enamoró, y elevó a un estadio diferente, superior, un disco con el que ya disfrutaba mucho (¡y yo que me he quedado sin la edición limitada del triple vinilo!). Espectáculo intimista y emocionante, único. Como tiene que ser la música en directo.

En verano volví a verles, esta vez en un formato más convencional, un concierto festivalero con ocasión del Lowcost 2011. Brutal. Qué distintas suenan las canciones del Adelante..., a las que se suman los temas del sublime Vivalaguerra (ojalá en un futuro recuperen el espectáculo ad hoc, que muchos no vimos en su momento).


Así que, con esos precedentes, llegamos a la Sala Experimental del Auditorio Miguel Delibes (no me cansaré de decirlo: qué lujo de infraestructura), que sin llegar al lleno (en su composición abierta, sin grada) alcanzó una muy notable entrada de gente que repetía experiencia (tras el Rooom, que agotó todo el papel) o que se acercaba a Standstill por vez primera, fruto del boca a boca.

Arrancó el concierto con Todos de pie, con Enric Montefusco sentado a su pequeño teclado en una estampa que, no puedo evitarlo, me recuerda a Schroeder, aquel personaje de las tiras de Snoopy, el amigo de Charlie Brown que tocaba un piano diminuto. Aunque Enric no toca solo, sino que poco a poco se le van sumando Piti, Víctor y los Rickys. Inmediatamente, y cambiando piano por una de sus dos acústicas, esta figura menuda, sensible y aparentemente indefensa atacará los inconfundibles primeros acordes de El resplandor, y nos dirá aquéllo de que, otra vez, tentado está de mandarlo todo a tomar por culo. Y, claro, nosotros, que ya empezamos a conocer un poquito su carácter voluble, le corearemos que vuelva: "vuelve, vuelve, vuelve". Que baje la guardia. Que sí, que todos necesitamos un poquito de cariño, respeto y atención. Que por eso estamos todos allí. Así que... a transitar otos terrenos más luminosos, más positivos, más optimistas, que eso siempre está muy bien.

La mirada de los mil metros, es uno de esos temas espectaculares que va creciendo poco a poco hasta lograr una comunión total entre la banda y el público, puesto en danza al ritmo que marca espectacularmente el bajo de  Ricky Falkner, secundado por la batería de Ricky Lavado (por cierto, qué bueno es, y cuánta energía desprende tras sus platos y cajas), la guitarra de Piti Elvira y el piano de Víctor Valiente. Se van abriendo ventanas, dejando que entre el aire hasta alcanzar el desconcierto existencial, la declaración de intenciones. Sí, eso siempre está muy bien.

Enric y Ricky Falkner

Pero si hay una canción que, para mi, desprende el más hermoso (extraño y realista a la vez) optimismo vital es el Adelante Bonaparte. "Me voy a inventar un plan para escapar hacia adelante". Al fin y al cabo, bien podría ser eso la vida, una permanente huida hacia adelante. Avanzamos, unas veces consciente y voluntariamente y otras, quizá las más, nos vemos arrastrados por la corriente. Cuesta arriba y cuesta abajo, como en una montaña rusa; o en un círculo infinito, como en un tiovivo.

Y es por estos derroteros por los que transita todo el concierto, cuesta arriba y cuesta abajo, con acelerones y frenazos, con momentos más calmados y con otros más desatados. Ciertamente el contraste es algo que define muy bien el directo de Standstill, pasando del sosegado recogimiento de temas como Cuando Ella Toca El Piano a auténticos trallazos de adrenalina musical como ¿Por qué me llamas a estas horas? (danzad, danzad malditos al ritmo del bajo de Ricky, otra vez). No me detendré en cada tema del setlist porque creo que esto define muy bien sus conciertos. Vas a lomos de la banda, una bestia musical de larguísimo recorrido y tremenda potencia capaz de pasar del  más preciosista trote a un galope desaforado en tan sólo un segundo. Y lo mejor es que tú no llevas las riendas, lo hacen ellos. Sólo tienes que dejarte llevar y disfrutar del paseo.

No obstante, no puedo dejar de señalar que, junto al Adelante Bonaparte y el Vivalaguerra, también desgranaron algunos temas (como Feliz en tu día,  Poema nº 3 o Cuando) de su disco homónimo, Standstill, primera gran pirueta de los catalanes, que pasaron de cantar en inglés a hacerlo en español. Escapando siempre hacia adelante. Evolucinando, proponiéndonos puestas en escena diferentes, autoeditándose a través de su propio sello (Buena Suerte).

En estos tiempos en que tanto se habla de las virtudes del emprendimiento, hay que subrayar lo paradójico, hipócrita e incongruente que muchas veces resulta una industria como la musical, obcecada en seguir funcionando de la misma manera en que lo hacía hace veinte años lo que, desde la óptica del público, se traduce en una oferta infinitamente menor y terriblemente más pobre. En la radiofórmula y el stand de música del centro comercial de turno no tienen cabida grupos como Standstill, que con su esfuerzo y talento ponen de manifiesto que hay vida más allá de la mediocridad prefabricada, del consumo musical de usar y tirar. Son los emprendedores de la cultura. Con ellos, con gente así, sale el sol y cada día es un gran día. Gracias por venir. A ellos, que siguen ahí peleando por sobrevivir, disfrutando con lo que hacen y con lo que creen, compartiendo su entusiasmo y energía con nosotros, que cada vez somos más.

1, 2, 3 sol... Gracias, por venir.

El colofón al concierto lo puso en un último bis el Adelante Bonaparte, esta vez en su versión más luminosa (I). Se encendieron las luces de la Sala Experimental y podían verse las caras satisfechas de un publico que había disfrutado cantando, bailando, coreando, dando palmas o, simplemente, contemplando el espectáculo de la música en directo.

Y, aunque no me considero un fetichista, en realidad, el colofón fue conseguir la hoja con el setlist del concierto que Enric había tenido a sus pies, y lograr que Ricky Lavado se la llevara a la 'trastienda' para volver con ella firmada por todo el grupo.

Setlist firmado por la banda

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Concierto de La Habitación Roja en el Auditorio Miguel Delibes.

El sábado 29 de octubre el Auditorio Miguel Delibes se puso popero abriendo las puertas de su sala experimental a la música de La Habitación Roja, cuya actuación se vería precedida por la del grupo local Lector Acróbata. Todo ello dentro de la programación del ciclo Delibes+ del que, creo, en este blog ya hemos tenido varias oportunidades de valorar muy positivamente su existencia, al atraer a estas excepcionales instalaciones a un público distinto del habitual (el que acude a ver a la OSCYL). Así, la clásica se echa a un lado para dar cabida a otros estilos musicales: del jazz al rock pasando, como era este caso, por el pop más puro.

Dicho esto, también quiero ser crítico con lo que yo entiendo una pobre promoción, que no está a la altura de la programación o de, por ejemplo, las modalidades de abonos que salieron a la venta a finales de verano (y que en algún caso representaban un ahorro de hasta un 25%). Más allá de los carteles de los distintos conciertos con los que cada semana se forran los muros de siempre de la ciudad, apenas hay difusión. A día de hoy no parece razonable que no exista una presencia apropiada en las redes sociales. Y digo esto porque el esfuerzo que se hace en conformar un programa variado y de calidad se puede ir al traste si no se percibe una respuesta en el público. Pero, paralelamente, para que tal respuesta se produzca es indispensable trabajar en una mejor comunicación.

Si no será bastante frecuente que el público asistente a muchos espectáculos se reduzca a apenas un par de centenares de personas. Lo cual no deja de ser un lujo para los asistentes, pero a lo mejor en estos tiempos que corren y con la estadística del papel vendido en la mano a algún gerente se le ocurre que esto no es sostenible.

Sí, apenas doscientas personas acudimos a ver el concierto. Ya digo, un lujo estar tan cerca de los artistas y tan cómodamente (con tanto espacio), en un escenario soberbio (la sala experimental es, sencillamente, es-pec-ta-cu-lar; ¿quién dijo que Valladolid no tenía infraestructuras de altura para estos eventos? ¡Menuda acústica!).

Sala experimental

Hablando del concierto en sí (y dejando a un lado la, para mi gusto, excesivamente larga actuación de Lector Acróbata), lo cierto es que no se me puede considerar un fan del grupo. De hecho, antes del concierto apenas lo había escuchado. Había aprovechado el descuento que ofrecía el abono para poder escoger la actuación de algún grupo que no conociera y así expandir horizontes musicales, y unos clásicos de la escena popera independiente nacional prometían. Porque esta gente ya tiene bajo el brazo un buen puñado de discos que responden a una dilatada carrera. El último álbum, Para ti Vol. 2, es la continuación a un volumen anterior, basado en versiones de grupos de la escena pop española de los años 80 y 90. Un homenaje a la música que han mamado y que les gusta.

Y así arrancaba el concierto (el último de la gira, por cierto), desgranando versiones. Una primera parte que se me hizo pesada (como diría mi amigo Javi, "son un poco rollete"). Temas, aunque siempre preciosistas, demasiado tranquilos (versión de Lluís Llach incluida) y más alejado del que parece ser el estilo de los valencianos. Sólo con las versiones de Mariajo (de Los Navajos) o de Quiromántico (de Sr. Chinarro), empezamos a movernos un poco.



Pero pasada esta primera fase, la banda se entregó a su propio repertorio y el concierto entró en otra dinámica, mucho más animada (¡que ésta es una banda con tres guitarras, hombre!) y en la que aparecieron sus grandes éxitos: Voy a hacerte recordar, Febrero o Scandinavia... Para acabar en los bises haciendo una versión del There is a light that never goes out, de The Smiths. Satisficieron al puñado de incondicionales que allí se reunieron. A los que no lo éramos nos hicieron pasar un buen rato, disfrutando de sus melodías pop (aunque un poco blanditos, para mi gusto) y de su entrega (parecen chavales por las ganas que le ponen, qué gusto). Y de lo bien que tocan. Porque mira que son buenos. A ver si es verdad que el próximo disco, para el que se van a encerrar en el estudio ya, es "cañero", como prometieron.


viernes, 16 de septiembre de 2011

OSCYL: Música de cine.

El pasado viernes 9 de septiembre la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL) inauguraba oficialmente la temporada 2011-2012 en su sede oficial, el Auditorio Miguel Delibes, con un concierto (incluido dentrro del interesantísimo y muy recomendable ciclo Delibes+) ciertamente alejado de la "ortodoxia clásica". Las partituras que atacaron los miembros de la orquesta, bajo la dirección de Jose Luis Gómez Ríos, no estaban firmadas por Mozart, Beethoven, Bach o algún Strauss, sino que pertenceían a Hans Zimmer, Howard Shore o John Williams.

Cartel del concierto

Bajo el título "Música de cine" se presentaba un concierto con el que la OSCYL se reafirma en su apuesta de acercar la música clásica a todo tipo de públicos, incluidos aquéllos que no acostumbran a "frecuentar" la música clásica. Para ello prepararon un programa basado exclusivamente en las bandas sonoras de películas muy populares de todos los tiempos. Y la estrategia funciona, a la vista de que la Sala Sinfónica del auditorio se llenó en pleno viernes de ferias en Valladolid.

Me incluyo entre el grupo de personas que no acostumbran a ver conciertos de música clásica en directo. Y no porque no me guste la música clásica. Se juntan una serie de factores entre los que predominan los prejuicios y el desconocimiento (el precio, el supuesto "esnobismo" del ambiente, mi falta de "cultura"...). Excusas absurdas del tipo "no entiendo" o "no conozco a éste o aquél compositor" que contribuyen a tejer una frontera ridícula para mucha gente. Y hay que derribar mitos y desdibujar fronteras. Ni éste es un espectáculo especialmente caro (hay entradas de muchos tipos, empezando por poco más de lo que vale una entrada de cine -por no mencionar las entradas último minuto a 1€ para jóvenes menores de 30 años-), ni hay que conocerse al dedillo las obras del programa o ser un crítico de Scherzo para estar capacitado para disfrutar de ello. Bastan un par de orejas predispuestas y un mínimo de sensibilidad. Lo demás viene por añadidura (muy bien envuelto, por cierto, por la espectacular infraestructura del auditorio).

 Sala sinfónica del Auditorio Miguel Delibes

Pero, a lo que iba. Un programa popular construido con temas centrales de bandas sonoras míticas atrae a cualquiera. El de esta edición incluía clásicos tanto añejos como contemporáneos; de cine de hollywood y europeo; de proporciones épicas y de tono intimista. Se incluyeron "temas" de las siguientes obras:

Horizontes de grandeza

Casablanca

Bienvenido Míster Marshall

Piratas del Caribe

Memorias de África

Vértigo

Amarcord

El Señor de los Anillos

La Guerra de las Galaxias

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La lista de Schlinder

Parque Jurásico


No negaré que me lo pasé como un niño con la epopeya sonora que representó la interpretación de la banda sonora de Piratas del Caribe, o que esperaba como el que más que llegara el momento en que la fanfarria galáctica de John Williams cerrara el programa oficial (al final tuvimos ración triple de Williamas, con los dos "regalos"). Sin embargo disfruté muy especialmente la perturbadora "Love music" que para el Vertigo de Alfred Hitchcock compuso Bernard Hermann. O con la suite que en clave de jazz concibió Nino Rota para Amarcord.

En definitiva, me gustó, disfruté muchísimo. Creo que como todos los que asistimos al concierto, orquesta incluida, cuyos miembros se toman estos espectáculos como algo más que un mero divertimento. Como instrumento promocional desde luego que funciona, porque seguro que a lo largo del año, repito (¡y no sólo para el excepcional acontecimiento que representará su concierto con Rufus Wainwright, enmarcado dentro del ciclo Delibes+, y para el que ya tengo entrada!). Seguro que no soy el único.


Programa OSCYL Temporada 2011-2012
Programa Ciclos Auditorio Miguel Delibes 2011-2012 (incluido Delibes+)

domingo, 16 de enero de 2011

Adelante Standstill

En estos tiempos de crisis (a todos los niveles), de modelos culturales de globalizada homogeneización, de discursos únicos y de posiciones conservadoras... resulta excitante descubrir que existen fenómenos como el que protagoniza el grupo catalán Standstill en el panorama musical nacional. No son unos recién llegados, precisamente, pero han empezado a darse a conocer hace relativamente poco. Musicalmente han evolucionado desde el punk en catalán a un pop ecléctico nada convencional en castellano. Hacen lo que quieren, lo que les gusta. Y son buenos. Muy buenos. Tienen algo nuevo y distinto que ofrecer. Al margen de la industria tradicional, claro. Tienen su propio sello y, gracias a ese demonio que para algunos es internet, han trascendido el circuito más indie y... se han presentado en el Auditorio Miguel Delibes (infraestructura colosal, en todos los sentidos) de Valladolid este pasado sábado 15 de enero.

Lo han hecho con su espectáculo Rooom, la puesta en escena del último disco de la banda: Adelante Bonaparte. Se trata de un disco conceptual,  un cuento circular integrado por un total de 20 canciones (algunas instrumentales) repartidas en tres discos que narran fragmentos de una vida, la de B., desde su infancia hasta su madurez de adulto. Es conceptual en ese sentido, los temas tienen esa relación lógica, no son partes independientes, sino que tienen sentido dentro de ese todo. Y es circular porque a lo largo de las 20 canciones se cierra toda una etapa vital de B. Y se hace con dos canciones que respetan un mismo patrón pero que marcan dos momentos muy distintos (una muerte y un nacimiento), aunque igualmente importantes en la vida de B.



A algunos les parecerá pretencioso. Para mi, Adelante Bonaparte es una genialidad. Es una apuesta valiente y ambiciosa. No es un disco redondo porque tiene sus altibajos, sin duda, lo que es comprensible dados los matices de cada una de las tres partes de este trabajo (con un segundo disco oscurísimo). Pero es un trabajo muy coherente, que para mi representa un auténtico viaje musical y que, desde luego, es un soplo de aire fresco en el panorama musical nacional. No hay nada vulgar en lo que hace esta gente. A quien le guste la música y aun no conozca a este grupo, que no pierda el tiempo y preste oído a Vivalaguerra, su anterior trabajo, y a este Adelante Bonaparte.



Rooom es un espectáculo pensado para pequeños recintos, porque no se trata de un concierto al uso. El público permanece sentado en sus butacas como quien asiste a una representación teatral. Sobre el escenario, estos chicos (y toda su parafernalia de instrumentos, sintetizadores y demás juguetes electrónicos) aparecen emparedados entre tres paredes que no son sino pantallas sobre las que se proyectan imágenes que van ilustrando lo que oímos. La cuarta pared, claro, es el público. De modo que lo que Standstill nos propone es entrar con ellos en su mundo, que es el de B. En la habitación donde se reúnen para hacer música.

Porque lo mágico de esta propuesta es esa sensación, estar presente mientras este grupo de artistas hace música. Asistimos al nacimiento de cada una de esas 20 canciones, una tras otras, instrumento a instrumento, con un sonido potentísimo. Todo ello aderezado por esas imágenes que se van proyectando en las pantallas y que hacen de los chicos de Standstill cinco sombras que, como nosotros, asisten a la caída y resurgir vital de B., como si sus guitarras, su percusión, sus teclados, su xilófono, su ukelele, etc. no tuvieran nada que ver en todo esto. Es más, Enric Montefusco (guitarras acústicas y voz, qué voz) permanece prácticamente todo el concierto de espaldas al público, remarcando esa sensación de intimidad, de recogimiento, de complicidad.

Parto de la base de que, en la era de las nuevas tecnologías, de lo inmediato, de la piratería... la música en vivo es siempre una experiencia única, irrepetible. Pues bien, Rooom es más que eso porque no es ni tan siquiera un concierto más. Es otra cosa. Es música, es videoarte, es performance... Son sensaciones. Volveré a escuchar muchas veces este disco, pero ya lo haré de manera distinta. Como cuando escuche Hombre araña, e imagine a ese coro de niños de escuela; o cuando Cuando ella toca el piano me ponga los pelos de punta, me sentiré más cerca del fuego; o más asfixiado en Sálveme quién pueda; o cuando el Elefante me diga que la vida es como ese animal y sólo sabe ir hacia adelante. Como Bonaparte. Como estos chicos, que escapan de la mediocridad general huyendo hacia adelante, apostando fuerte por aquello en lo que creen, por aquello que les gusta (qué gustazo ver esos gestos complices en el escenario, ese continuo intercambio de posiciones... esas caras de Ricky Lavado, el batería, como las de un niño disfrutando con su juguete favorito).

Epílogo: al final, todos los que abarrotábamos la sala experimental del Miguel Delibes, de pie (aplaudiendo y vitoreando a rabiar, claro).