domingo, 12 de diciembre de 2010

Paco de Lucía: ARTE

De los Beatles sólo llegué a conocer el eco de su leyenda a través de los discos que dejaron grabados.; no tuve ocasión de ver el éxtasis de Jimmy Hendrix abrazado a su guitarra encima de un escenario; la introspección escénica de un Miles Davis dando la espalda al público mientras exhalaba su vida por una trompeta es algo que sólo he podido leer e imaginar; Freddy Mercury murió antes de que pudiera escucharle rugir en directo una única vez... Hay tantos y tantos mitos de la música... La mayoría ocupan su lugar en el olimpo, figuras agigantadas tras la muerte. Otros todavía viven e, incluso, es posible verlos de cerca forjar su leyenda (Springsteen, Rolling, U2...). Y hay alguna deidad musical que aun se hace cuerpo para que gente corriente, como tú y como yo, conozcamos el paraíso en la tierra. Paraíso hecho no música, arte.

Ver a Paco de Lucía en directo, a don Paco, al maestro, debe ser algo muy cercano a ver a Dios creando el mundo en aquellos primeros días. Paco es, sin duda, un creador. No hace música, hace arte. En poco más de dos hora mágicas te sumerge en un mundo de ritmos, de melodías, de sensaciones, de sentimientos, de música... De Arte. Un mundo que va edificando desde el fondo de la caja de su guitarra, desde la caricia virtuosa de esas seis cuerdas con las que es capaz de decir tanto.



Paco de Lucía recaló en Valladolid el pasado 6 de diciembre para dar un concierto memorable en un Polideportivo Pisuerga que presentó su aforo cubierto en unas tres cuartas partes. Se presentó en solitario sobre el escenario para afrontar la primera pieza de la velada y recordar por qué es considerado uno de los mejores guitarristas de la historia, un virtuoso. Un artista que trasciende estilos. Sin dirigirse al respetable en toda la noche (más allá de presentar al grupo que le acompañaba), dio comienzo a una suerte de evangelio propio.

Para ello, sentado en el centro del escenario, y una vez recibidos los primeros vítores y aplausos de la noche, se rodeó de sus siete apóstoles, siete artistas excepcionales que ejercieron de perfectos profetas secundando y extendiendo las enseñanzas artísticas del maestro, con las que el público comulgó de principio a fin. Qué delicia, qué placer asistir a algo muy parecido a una jam session en la que una pieza tras otra el talento, habilidad, arte, duende o lo que sea se trenzan, mezclan, completan, suceden... para formar un inigualable alimento para el espíritu. El diálogo entre las guitarras de Paco y Antonio Sánchez Palomo; el ritmo vertiginoso de la percusión de "el piraña"; el incalificable talento (no existen adjetivos) de Alain Pérez al bajo (todavía no me creo que se puedan hacer con este instrumento las cosas que hace este hombre); la genial armónica de Antonio Serrano; o las voces de los cantaores Duquende o David de Jacoba; y, por supuesto, los momentos épicos brindados por el baile de Farru. Todo ello dirigido por Paco y su guitarra, que asistía a semejante espectáculo con sonrisa complaciente, como si fuera un espectador más, como si aquéllo fuera un momento más, un concierto más.

Seguramente para él aquéllo no era más que la perfecta ejecución de un espectáculo debidamente ensayado y engrasado y que unos artistas brutales se encargan de pasear por el mundo. Visto desde el patio de butacas, sin embargo, aquéllo fue algo único e irrepetible. Y eso que nada sé de seguiriyas, tientos, alegrías, bulerías y palos del flamenco. Nada de cante. Nada de baile. Nada de flamenco. Pero supongo que la sensación con la que sales después de ver a Paco de Lucía debe ser muy parecida a la que se podría tener después de asistir a un recital de María Callas (sabiendo poco o nada de ópera), a una actuación de Louis Armstrong (sabiendo poco o nada de jazz) o a un concierto de la Filarmónica de Berlín dirigida por Zubin Mehta (sabiendo poco o nada de clásica). La magia universal de la música, supongo.

Vídeo de comienzo de concierto en cyltelevision
Galería de imágenes en nortecastilla

Vídeo de "Zyryab", de esta misma gira (Festival de Jazz de Leverkussen): parte 1, parte 2

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