Desde este mes de febrero y hasta el próximo mes de mayo, recorrerán nuestro país cuatro de los nombres más importantes del jazz actual (Erik Truffaz, Joe Lovano, Robert Glasper y The Bad Plus), bajo la marca del festival Jazz In Blue 2012. Y entre las ciudades escala de estos músicos se encuentra Valladolid, que les da acogida en el Auditorio Miguel Delibes dentro del ciclo Delibes+ (cuya programación se encontraba ya cerrada el verano pasado).
En este contexto, el pasado viernes 17 Erik Truffaz se presentó en la Sala Experimental del Delibes ante una audiencia que cubría unas dos terceras partes del aforo (aprovecho para repetir una vez más que es una pena que el público no respalde de manera abrumadora iniciativas como esta pero, al mismo tiempo, reitero la paupérrima política de promoción y difusión desarrollada por los responsables de la gestión de la programación del Delibes). Lo hizo arropado por sus fieles: Marcello Giullani al bajo, Marc Erbetta a la batería y Benoît Corboz a los teclados. El Erik Truffaz Quartet.
El nombre de Erik Truffaz suele llevar asociada la etiqueta de "pope del electro-jazz". Pero, al margen de que absolutamente toda la música que pudimos disfrutar los presentes fue hecha en directo, sin recurrir a pregrabado alguno, la única cacharrería electrónica de que hicieron uso fueron las cajas de efectos inherentes a los teclados de Corboz (un hammond y un rhodes, que interecaló con un piano de cola) y el pedal para la sordina electrónica de la trompeta del propio Truffaz. Las mayores filigranas apoyadas en algún artilugio electrónico fueron los procesados de voz que realizaba Marc Erbetta, aplicándoles retardos y reiteraciones para crear un bucle con el que reforzar la base rítmica del tema, como hace en The Secret of the Dead Sea, tema que abre In Between y con el que también comenzaron el concierto.
Precisamente este disco, el último de la carrera de Truffaz, funcionó como hilo argumental del recital, sin perjuicio de que se recorrieran otros álbumes a través de temas como Trippin' the Lovelight Fantastic o Arroyo. Una hora y tres cuartos de jazz de altos vuelos, de fusión del clasicismo más minimalista (sin necesidad de visitar ningún estándar) que expiraba la trompeta de Truffaz en muchos de sus solos a la más fantástica de las fusiones con el rock o el funky.
Sobre el escenario Truffaz se comporta como una especie de adusto reverendo que conduce su homilía con la seguridad del que repite un sermón muy interiorizado con el paso de los años. Esta es mi verdad, este es mi camino, aquí esta la puerta que os muestro. Así la mirada persigue esa espigada figura que se encoge bajo la luz de los focos abrazada a una trompeta que escupe, certera, ora una confesión, ora un lamento. Una revelación. Que conmueve y convence.
Truffaz se sitúa en el centro del escenario, pero deambula por todo él cuando lo entiende necesario, para salirse del encuadre y ceder protagonismo a cualquiera de los tres excepcionales músicos que le acompañan (no puede destacarse a ninguno por encima de los otros, porque todos son sencillamente sensacionales; sus solos provocaban que el público rompiera con aplausos la ejecución de los temas en que irrumpían). Imposible no tratar de seguir el ritmo con los pies, con la cabeza, con un chasquido de lo dedos... incluso con palmas, promovidas por el propio Truffaz en la última pieza.
Protagonismo absoluto para la música, ese lenguaje universal (aunque algunos con un punto snob, como Ryuchi Sakamoto quien, por cierto, visitó Valladolid también hace sólo un par de meses, opinen lo contrario) basado en las sensaciones. La que nos dejó el Erik Truffaz Quartet fue de plenitud, tras haber dejado bien patente el nivelazo del jazz hecho a este lado del Atlántico.
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