Y por fin llegó el día. El 3 de noviembre de 2011, en el Kursaal de San Sebastián, tuve la oportunidad de ver en directo a una de las mejores bandas de todos los tiempos: Wilco. Los descubrí hace poco, con motivo del lanzamiento de su disco anterior (Wilco, the album) y, tras bucear en su discografía, se convirtieron en mi grupo de referencia. Miles Davis podía alardear de haber cambiado el rumbo de la música en varias ocasiones. Quizá atribuir tal proeza a la banda de Chicago pueda considerarse pretencioso y excesivo, pero lo que es innegable es que han abierto de par en par las puertas del sonido del rock del s. XXI, lo que no es poca cosa.
¿Qué música hace Wilco? Rock, country, folk, americana... Su música trasciende estilos, reinventa varios y transita muchos, dejando poso. Con un sonido marcado por la búsqueda de nuevos territorios, que abre sendas que posteriormente serán atravesadas por muchos otros. Unos pioneros. Y, en directo, probablemente la mejor banda que puede verse hoy en día.
Póster de la gira europea 2011 de Wilco
El de San Sebastián era el tercer concierto de su gira española y, tras haber pasado por Madrid y Barcelona, habíamos tenido la oportunidad de leer numerosas crónicas y críticas (alguna sorprendente) de esos bolos anteriores, lo que siempre supone un peligro de cara a la forja de expectativas, ya muy altas de por sí.
El marco, y perdón por abusar del tópico, incomparable. El Kursaal es un edificio que a mi, personalmente, me encanta estéticamente. Pero es que además, desde un punto de vista puramente funcional, es fantástico. Su auditorio presenta unas condiciones de comodidad y visibilidad magníficas. Y su acústica es espectacular, a la altura de lo que debe esperarse de una infraestructura así.
Ya con la actuación de los teloneros tuvimos ocasión de comprobarlo (así como el buenísimo trabajo de los técnicos de sonido y de, probablemente, una prueba de sonido hecha en condiciones, de verdad). Por cierto, menudo grupazo que es Jonathan Wilson. Wilco no puede llevar a cualquiera a telonear sus actuaciones, está claro. Pero, madre mía, menudo buen gusto, vaya clase, qué calidad la de estos chavales. Muchos dirán que siguen la estela de ese rock alternativo de corte folk (ya sabéis, paisajes instrumentales con arreglos preciosistas y armonías vocales aderezadas con barbas y camisas de cuadros) al que vienen desmenuzando, dando forma y poniendo de moda grupos que van de Fleet Foxes a Band of Horses, pasando por Bon Iver o Iron and Wine. Bendita moda. La interpretación de temas como Gentle Spirit ante un auditorio wilcoansioso puso los pelos de punta a más de uno que no dejábamos de preguntarnos eso de "y estos... ¿quiénes son?". Una cosa más que tengo que agradecerle a Wilco es que me hayan descubierto a estos chicos. A ver si ahora que tienen su propio sello discográfico, y conociendo las cosas que le interesan a Jeff Tweedy cuando se mete a productor, apuestan por dar ese empujón a más bandas que seguro merecen mucho la pena.
Pero vayamos al grano, que aunque Jonathan Wilson son buenos, el papel se agotó para ver a Wilco, la mejor banda en directo del mundo, sin duda (¡dejémonos de probables!). Son una máquina perfectamente engrasada para ejecutar sin fallo una canción tras otra. No importa el disco, el tono, la complejidad de los arreglos... Sólo hay un objetivo: la perfección. Y eso empieza con el sonido más limpio que he escuchado nunca en un concierto (repito lo del trabajo de los técnicos de sonido, la prueba de sonido y demás). Para mi ello es muestra de la profesionalidad de un grupo que, a pesar de ir asentando poco a poco su propia legión de incondicionales, nada tienen de divos.
Eso también se escenifica. Se apagan las luces del auditorio, se ilumina el escenario y aparecen sobre las tablas, todos juntos, Jeff Tweedy, Nels Cline y compañía. Y cada uno ocupa su posición al tiempo sin que haya nadie que reivindique un protagonismo especial. Y es que sólo va a haber un protagonista: la música y el sonido. Wilco.
Arranca la noche con One Sunday Morning, esa pieza de doce minutos construida sobre la repetición metódica de una sencilla y bella melodía que sirve para cerrar The Whole Love y que, a priori, representa un anticlimax de libro con el que abrir un setlist. No para esta gente. Era su forma de decir acomódense; relájense para disfrutar, abran sus oídos; olviden sus prejuicios y expectativas que esto empieza. Y esa melodía, ese repetitivo patrón te agarra y te ata a la butaca, te sumerge en una espiral de sensaciones, de disfrute. Te hechiza.
Así comenzaban algo más de dos sublimes horas de concierto, de exquisita ejecución, de virtuoso ejercicio musical cuyo esqueleto estuvo apoyado en su último trabajo (el mencionado The Whole Love, disco que a mi personalmente me encanta, representando un compendio de lo que Wilco ofrece) y en el aclamado Yankee Hotel Foxtrot aunque, por supuesto, se tocaron temas muy destacados de otros álbumes de su carrera.
La escenografía preparada se limitaba al despliegue de la amplísima "cacharrería" (guitarras, sintetizadores, pedales, pianos, xilófonos y demás percusiones) de que se sirven estos músicos para hacer su música. En este caso, la expresión "hacer música" es acertadísima. En directo tienes esa oportunidad única de asistir al espectáculo excepcional que representa la construcción de una canción. Instrumento a instrumento. Nota a nota. Distorsión a distorsión. Ruido a ruido. Se van sacando las piezas de un puzzle que, conforme avanza el tiempo, se va complicando más y más, lo cual no impide que cada pieza sea colocada en su sitio para que disfrutemos del resultado final: música. Un torbellino musical que te pasa por encima y te arrolla. Perfectamente medido y milimetrado. Cada nota interpretada en su justo momento, cada destello de luz aplicado según el plan previsto. Y todavía hay algunos esnobs (esos que acuden a verles por enésima vez, y que repetirán, seguro, y a los que parece molestar que esta banda ya no sea conocida y apreciada únicamente por un reducido grupo de gente) que critican lo que no es sino duro trabajo y profesionalidad escondidos tras semejante ejercicio de virtuosismo.
A qué se parece ese torbellino musical. Yo me sentí como si, de repente, el Kursaal se convirtiera en la pista de despegue de un aeropuerto a la que duarante dos horas llegaban y salían aviones, con los que despegábamos y aterrizábamos para disfrutar entre medias de momentos de recogida calma. Probablemente Via Chicago sea una de las mejores canciones que recogen esto que digo.
El marco, y perdón por abusar del tópico, incomparable. El Kursaal es un edificio que a mi, personalmente, me encanta estéticamente. Pero es que además, desde un punto de vista puramente funcional, es fantástico. Su auditorio presenta unas condiciones de comodidad y visibilidad magníficas. Y su acústica es espectacular, a la altura de lo que debe esperarse de una infraestructura así.
Auditorio del Kursaal
Ya con la actuación de los teloneros tuvimos ocasión de comprobarlo (así como el buenísimo trabajo de los técnicos de sonido y de, probablemente, una prueba de sonido hecha en condiciones, de verdad). Por cierto, menudo grupazo que es Jonathan Wilson. Wilco no puede llevar a cualquiera a telonear sus actuaciones, está claro. Pero, madre mía, menudo buen gusto, vaya clase, qué calidad la de estos chavales. Muchos dirán que siguen la estela de ese rock alternativo de corte folk (ya sabéis, paisajes instrumentales con arreglos preciosistas y armonías vocales aderezadas con barbas y camisas de cuadros) al que vienen desmenuzando, dando forma y poniendo de moda grupos que van de Fleet Foxes a Band of Horses, pasando por Bon Iver o Iron and Wine. Bendita moda. La interpretación de temas como Gentle Spirit ante un auditorio wilcoansioso puso los pelos de punta a más de uno que no dejábamos de preguntarnos eso de "y estos... ¿quiénes son?". Una cosa más que tengo que agradecerle a Wilco es que me hayan descubierto a estos chicos. A ver si ahora que tienen su propio sello discográfico, y conociendo las cosas que le interesan a Jeff Tweedy cuando se mete a productor, apuestan por dar ese empujón a más bandas que seguro merecen mucho la pena.
Pero vayamos al grano, que aunque Jonathan Wilson son buenos, el papel se agotó para ver a Wilco, la mejor banda en directo del mundo, sin duda (¡dejémonos de probables!). Son una máquina perfectamente engrasada para ejecutar sin fallo una canción tras otra. No importa el disco, el tono, la complejidad de los arreglos... Sólo hay un objetivo: la perfección. Y eso empieza con el sonido más limpio que he escuchado nunca en un concierto (repito lo del trabajo de los técnicos de sonido, la prueba de sonido y demás). Para mi ello es muestra de la profesionalidad de un grupo que, a pesar de ir asentando poco a poco su propia legión de incondicionales, nada tienen de divos.
Eso también se escenifica. Se apagan las luces del auditorio, se ilumina el escenario y aparecen sobre las tablas, todos juntos, Jeff Tweedy, Nels Cline y compañía. Y cada uno ocupa su posición al tiempo sin que haya nadie que reivindique un protagonismo especial. Y es que sólo va a haber un protagonista: la música y el sonido. Wilco.
Arranca la noche con One Sunday Morning, esa pieza de doce minutos construida sobre la repetición metódica de una sencilla y bella melodía que sirve para cerrar The Whole Love y que, a priori, representa un anticlimax de libro con el que abrir un setlist. No para esta gente. Era su forma de decir acomódense; relájense para disfrutar, abran sus oídos; olviden sus prejuicios y expectativas que esto empieza. Y esa melodía, ese repetitivo patrón te agarra y te ata a la butaca, te sumerge en una espiral de sensaciones, de disfrute. Te hechiza.
Así comenzaban algo más de dos sublimes horas de concierto, de exquisita ejecución, de virtuoso ejercicio musical cuyo esqueleto estuvo apoyado en su último trabajo (el mencionado The Whole Love, disco que a mi personalmente me encanta, representando un compendio de lo que Wilco ofrece) y en el aclamado Yankee Hotel Foxtrot aunque, por supuesto, se tocaron temas muy destacados de otros álbumes de su carrera.
La escenografía preparada se limitaba al despliegue de la amplísima "cacharrería" (guitarras, sintetizadores, pedales, pianos, xilófonos y demás percusiones) de que se sirven estos músicos para hacer su música. En este caso, la expresión "hacer música" es acertadísima. En directo tienes esa oportunidad única de asistir al espectáculo excepcional que representa la construcción de una canción. Instrumento a instrumento. Nota a nota. Distorsión a distorsión. Ruido a ruido. Se van sacando las piezas de un puzzle que, conforme avanza el tiempo, se va complicando más y más, lo cual no impide que cada pieza sea colocada en su sitio para que disfrutemos del resultado final: música. Un torbellino musical que te pasa por encima y te arrolla. Perfectamente medido y milimetrado. Cada nota interpretada en su justo momento, cada destello de luz aplicado según el plan previsto. Y todavía hay algunos esnobs (esos que acuden a verles por enésima vez, y que repetirán, seguro, y a los que parece molestar que esta banda ya no sea conocida y apreciada únicamente por un reducido grupo de gente) que critican lo que no es sino duro trabajo y profesionalidad escondidos tras semejante ejercicio de virtuosismo.
A qué se parece ese torbellino musical. Yo me sentí como si, de repente, el Kursaal se convirtiera en la pista de despegue de un aeropuerto a la que duarante dos horas llegaban y salían aviones, con los que despegábamos y aterrizábamos para disfrutar entre medias de momentos de recogida calma. Probablemente Via Chicago sea una de las mejores canciones que recogen esto que digo.
Es indescriptible la sensación que produce ver a Jeff Tweedy clavado ante el micrófono, con su guitarra acústica, cantando eso de "...coming home, i'm coming home..." como si nada ocurriera a su alrededor, ajeno al 747 que a su espalda despega pilotado por el batería Glenn Kotche. Brutal. Cúmulo de contrastes. La tempestad y la calma.
No hice fotos ni videos durante el concierto, y no por el excesivo celo que el personal del Kursaal puso en evitar que la gente grabara (apenas podréis encontrar vídeos en youtube; en cambio, del concierto que dieron en Vigo al día siguiente podéis ver varios en el canal de este usuario), sino porque estaba tan metido en el espectáculo, lo estaba disfrutando tanto, que ni me acordaba de la cámara. Sólo me preocupaba una cosa: vivir con intensidad cada segundo. Disfruté tanto que, para cuando llegaron los bises, me sentía plenamente satisfecho. Casi (¡casi!) no me hubiera importado que no hubieran tocado Impossible Germany, para ver a Nels Cline interpretar en directo uno de los mejores solos de guitarra de la historia y, sin duda, mi favorito.
Ya entiendo por qué Wilco va multiplicando, concierto tras concierto, esa legión de fieles seguidores que están dispuestos a pagar casi lo que sea por verles de nuevo. Que silban, gritan y aúllan durante las dos horas en que son arrollados por el torbellino. Que pasados los días siguen con la sensación de haber asistido a algo especial, aun cuando en cada actuación rayen al mismo nivel. Soy uno de ellos. Y Wilco, únicos.
Setlist en Spotify
Setlist en Spotify
Me ha encantado este post y lo bien que describes lo espectacular del concierto de Wilco, la verdad es que cuando este verano se me ocurrió preguntarte ante tu insistencia si te apetecia ir a ver a Wilco no dudé ni un momento de que iba a ser un gran concierto, pero las sensaciones viendo en directo a esta banda no las he tenido nunca en ninguno de los concierto a los que hemos ido. Sabia que te gustaban y mucho, sabia que eran buenos, pero es que en directo son los mejores!!!
ResponderEliminarYo los he descubierto (como casi todo) gracias a ti y hoy solo puedo darte las gracias por dejar caer varias veces q venia WILCO a nuestro país y que sólo daba tres o cuatro conciertos y mostrarte tan ilusionado al comprar estas entradas porque hemos un fin de semana en San Sebastián MARAVILLOSO!!!Hechizados con el espectacular sonido de WILCO.