Este fin de semana he tenido la oportunidad de ir al cine a ver Biutiful, la película de Javier Bardem y Alejandro González Iñárritu, estrenada comercialmente en España a comienzos de diciembre pero que ya fue presentada en primavera en el festival de Cannes.
Biutiful nos narra la historia de Uxbal, un hombre que, más que vivir, sobrevive atormentado por el dolor que define y ha definido su existencia: el dolor físico de una enfermedad terrible recién diagnosticada.; dolor por no haber conocido a un padre que murió lejos al tiempo que él llegaba al mundo; dolor por no tener apenas recuerdos de su madre, que murió pronto; dolor porque la mujer que ama y con la que ha tenido dos hijos sufre un trastorno mental que la convierte en otra persona; dolor por el incierto futuro que le espera a esos niños... Dolor propio que se filtra por los distintos estratos de su vida, consumiendo su existencia. Sentimiento que conoce bien a través del dolor ajeno, dada la capacidad que tiene para hacer de puente entre personas recién fallecidas y sus familiares, sumando gramo a gramo el peso de una carga cada vez más pesada y dolorosa, y a la que en última instancia se suma su modo de vida, apoyado en buena parte en hacer de intermediario entre inmigrantes ilegales desesperados y las mafias que los utilizan. Es consciente de su doble moral, de su cinismo. Se aprovecha de ellos tanto como los que están más arriba en la pirámide... Más dolor para sobrevivir o con el que sobrevivir.
La película está ambientada en Barcelona, pero no en la Barcelona cool que suele tenerse siempre en mente. Los escenarios de la película muestran la cara más oscura, áspera y sucia no ya de la ciudad, sino de nuestras sociedades. Es el patio de atrás del mundo en que vivimos, las alcantarillas donde malviven seres humanos venidos de todos los rincones del mundo y que se unen a los invisibles autóctonos. Lo que no queremos ver, dónde no querríamos estar. Iñárritu se recrea en esta atmósfera sórdida, creando una brutal sensación de angustia y claustrofobia en el espectador, apoyado en una potente fotografía, aunque abusa (y mucho) de los movimientos de cámara.
Uxbal es un caramelo de personaje y, en manos de Javier Bardem, toma cuerpo y se hace real. Qué decir de este hombre que no se haya dicho ya (ganó el premio al mejor actor en Cannes). Está genial. Como siempre. Transmite ese dolor de Uxbal del minuto uno al último. Con una máxima contención. Él es la película (por eso decía al principio que ésta es la película de Bardem y de Iñárritu). Él es el encargado de conducirnos por ese teatro de los horrores, la cloaca que no queremos ver.
Por otro lado, hay que reconocer que el cine puede ser usado (y se usa) y puede funcionar muy bien (y funciona) como herramienta de denuncia. Como foco para arrojar luz sobre la oscuridad. Como pescozón a nuestras conciencias. Es así y me parece que está muy bien que sea así. Biutiful, desde luego, hace eso. Nos enseña cosas que no queremos ver. Nos dice: todos sois responsables de esto. No sólo los pragmáticos mafiosos chinos (que también tienen su familia, sus problemas vitales), el amoral hermano de Uxbal (espléndido Eduard Fernández, como siempre), el corrupto policía, el ruin empresario... el atormentado Uxbal. Todos son eslabones de una misma cadena y, por tanto, todos responsables de alguna manera de tanta miseria (física y moral).
Dicho esto, creo que a González Iñárritu puede pedírsele algo más, dado su historial. Porque viendo esta película, al margen del mal cuerpo que te deja, transmite la sensación de no ser algo nuevo, distinto, diferente a lo que ha hecho hasta ahora. Y aunque el drama en esta vida sea algo cotidiano, y el despertar nuestras conciencias algo loable, una vez hecho esto habría que dosificar talento e ir un paso más allá. Porque, si no, la historia se repite, se vuelve circular, y no hay salida al final. No hay posibilidad de enmienda, pese al propósito. No hay redención. Vence el cotidiano cinismo, la conciencia acomodada. El maniqueísmo.